Gente peligrosa, la hay de toda índole.
Sin embargo, queremos referirnos a un especimen en particular (que, en ocasiones hasta resulta ser uno mismo, aún inocentemente!): la que lo tiene todo claro. Seamos más específicos...
Si uno revisa la propia vida, seguramente hallará tramos en los que así funcionaba: total, absoluta e irrevocablemente seguro de que las cosas eran tal como uno las percibía; y, sin embargo, al paso del tiempo, advirtió (a veces con derrumbes estrepitosos) que estaba alucinado, equivocado, delirado, mirando un sólo ángulo de la cosa, negando otro...
Sin embargo... ¡cuidado con quien osara siquiera sugerirnos que nuestra claridad estaba espesa!
Es normal: necios hemos sido todos.
El problema, más que errar, es, como dice el I-Ching, perseverar en el error; empecinadamente, año tras año... Pocas veces nos damos cuenta de cuánto así dañamos a quienes nos rodean, y aun a nosotros mismos (tal como, a gran escala, los fundamentalistas dañan a enormes grupos humanos!).
Etimológicamente "necio" significa "el que se sostiene en el no-saber": prefiere conservar la ilusión de que SÍ sabe, y de que los demás están equivocados o no le comprenden.
¿Qué nos está sucediendo cuando así obramos?
Que evitamos con toda nuestras fuerzas, una sensación que nos da pavor: la de sumirnos en confusión, como si cayéramos a un abismo.
Preferimos ese falso "estar seguros" a admitir algo que, en verdad, implicaría una gran valentía:
"Estoy confundido".
De hecho, "no tener las cosas claras", socialmente suele ser mal visto.
Sin embargo, para poder arribar a una instancia de verdadera claridad respecto de cualquier asunto, necesitamos adiestrarnos en el arte de transitar la duda, la no-certeza.
Quien se atreve a sostener, en esa penumbra, el signo de pregunta como una antorcha, encuentra realidades que la seudo-claridad jamás le hubiera permitido vislumbrar.
Pues a toda reorganización psicológica hacia un estado más evolucionado le precede una confusión generatriz: el caos propio de todo génesis. ¡Bendito sea!
La Psicología Transpersonal toma del Budismo la invitación a "cultivar una mente inquisitiva, auto-cuestionadora": replantearse lúcidamente lo que damos por sentado, pues la realidad es cambiante, aunque a veces prefiramos concebirla como algo fijo, por temor a lo indeterminado.
Sí: la realidad (la de nuestro mundo interno, la del afuera, y la de los demás...) es como una mariposa viva, en permanente aleteo; la mente fundamentalista y rígida lo que quiere es cazarla, pincharla en un cartón, escribir su nombre abajo, y contemplarla así: muerta.
Cuando nos mantenemos en esa actitud, lo que en verdad hacemos es embalsamar nuestro propio espíritu; nos volvemos cerrados e intolerantes, aburridores y aburridos, ajenos a lo más valioso de la vida: la posibilidad de transformación.
El poeta colombiano contemporáneo Juan Manuel Roca lo dijo extraordinariamente:
SEÑOR de la DUDA
"Más que fe, dame un equipaje de dudas.
Ellas son mi puente, mi afluente, mi oleaje.
Venga a nos el Reino de lo Incierto.
Mantén en vilo mis verdades,
concebidas, muertas y sepultadas
en los telares del olvido.
Llévame por las arenas movedizas,
dame a comer el pan de la derrota,
a beber el agua del silencio.
No hay timos ni trucajes:
estoy herido y soy mi camillero.
Sean las certezas cual palacios de nieve
a los que alguien asedia con el fuego.
Señor de la duda, si existieras,
escucha la oración del descreído."
Autores: Virginia Gawel & Eduardo Sosa ã,