El Sermón del Monte según la Vedanta (XI)
Swami Prabhavananda
Este discípulo de Sri Ramakrishna, siguiendo las enseñanzas de su maestro, explica a Jesucristo tomando como base uno de sus más conocidos sermones. El libro, breve pero intenso, es más que recomendable para el buscador. Esta es la referencia: El Sermón del Monte según la Vedanta,
Swami Prabhavananda, edt. Kier, Buenos Aires, 2003. Este es el primer fragmento del capítulo IV.
CAPÍTULO IV
SED, PUES, VOSOTROS PERFECTOS
Mateo 5: 48; 6: 8
Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto
En esta frase, Jesús da el tema central del Sermón del Monte. Aquí se expresa la finalidad total de la vida del hombre. Y al mismo tiempo, el tema está en el corazón de todas las religiones: ¡Buscad la perfección! ¡Realizad a Dios!
Tenemos una idea de lo que podría ser la perfección cuando llega a los objetos físicos o a las metas intelectuales o morales, aunque los modelos individuales difieran. ¿Pero qué se quiere decir con perfección divina? Mientras nuestras mentes habiten dentro del mundo de la relatividad —dentro del tiempo, del espacio y de la causalidad— no podremos saber qué es esta perfección, porque es absoluta. Sólo tenemos una idea vaga de que se refiere a un estado de plenitud, de paz y realización permanentes. Todo ser humano desea hallar la realización y la perfección: en sus relaciones con otros seres humanos, en su trabajo, en cada campo de ¡a vida. Pero cuando logra las metas que el mundo tiene para ofrecerle, no está aún satisfecho. Puede estar rodeado por una familia excelente y amigos leales, gozar de riqueza y buena salud, de belleza y fama, y no obstante estar obsesionado por un sentido de carencia y frustración.
Por supuesto, es muy natural que en este mundo se mitiguen temporariamente nuestros deseos. Podemos tener alguna medida de placer y prosperidad. Pero olvidamos siempre que éstos son impermanentes. Si aceptamos el placer y la prosperidad, deberemos estar dispuestos a aceptar el dolor y el fracaso.
Kapila, un filósofo de la antigua India, expresó el estado de perfección negativamente como “cesación completa de la miseria”. Los sabios védicos procuraron expresarlo positivamente, como Sat, la vida inmortal; Chi.t, el conocimiento infinito; y Ananda. el amor y la bienaventuranza eternos. Detrás de todo esfuerzo humano está el deseo (aunque sea inconsciente y mal dirigido) de hallar a Satchitananda —en otras palabras, la realidad suprema, Dios—. Pero puesto que la mayoría de nosotros no es consciente de que hallar a Dios es nuestra finalidad real en la vida, continuamos repitiendo los mismos goces y sufrimientos una y otra vez. Desperdiciamos nuestras energías en logros efímeros, buscando una recompensa infinita en lo finito. Sólo después que hemos atravesado muchas experiencias de placer y dolor surge en nosotros la discriminación espiritual. Entonces, empezamos a ver que, en este mundo, nada nos da una satisfacción duradera. Entonces entendemos que el deseo de felicidad permanente, de perfección, sólo podrá cumplirse en la verdad eterna de Dios.
Tenemos el derecho de aspirar a esa perfección, pues es nuestra herencia divina. En las palabras de San Pablo:
“El espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo...”
¿Pero dónde encontramos la perfección? ¿Dónde está Dios? Según la Vedanta, hay una Base divina, Brahmán, que subyace en el universo del nombre y la forma. Es omnipresente; en consecuencia, existe dentro de cada criatura y objeto en el universo, tanto como más allá de ellos. Considerado en su aspecto inmanente, Brahmán se llama el Atman, el Yo interior, pero éste es meramente un término conveniente que no implica diferencia alguna entre los dos: Atman y Brahmán son uno solo. Cuando la mente ha sido purificada a través de las disciplinas espirituales y puede volverse hacia adentro sobre sí misma, el hombre comprende que su ser verdadero es AtmanBrahman. Descubrir este ser verdadero, o divinidad, que yace oculto dentro de uno mismo, es volverse perfecto. Esta es la técnica de toda práctica mística.
Cristo mismo nos enseñó a buscar a Dios dentro. En el Evangelio según san Lucas leemos: “El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros. Esta expresión interpretose que significaba que Cristo vivía en medio de sus discípulos en la tierra. Pero si no aceptamos la expresión de Cristo como refiriéndose a la divinidad dentro del hombre, ¿cómo podremos entender su oración al Padre “Yo en ellos, y tú en mí, para que puedan hacerse perfectos en uno solo...?” O la recordación del Apóstol Pablo a los corintios: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?”
¿Qué nos impide comprender esta verdad de que Dios está siempre presente dentro de nosotros? Es nuestra ignorancia: la falsa identificación de nuestra verdadera naturaleza, que es el Espíritu, con el cuerpo, la mente, los sentidos y el intelecto. “La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.” La luz de Dios está brillando, pero el velo de nuestra ignorancia cubre esa luz. Esta ignorancia es una experiencia directa e inmediata. Sólo podrá eliminarla otra experiencia directa e inmediata: la realización de Dios. La diferencia entre la ignorancia y la realización de Dios es, como lo expresó Buddha, similar a la que existe entre el sueño y la vigilia.
En nuestra ignorancia nos es difícil creer que Dios puede realizarse. De hecho, muchos individuos resisten esa idea. Empero, en todas las épocas hubo grandes almas que vieron a Dios, conversaron con él, y experimentaron la unión con él. Maestros como Jesús, Buddha y Sri Ramakrishna no sólo realizaron a Dios sino que insistieron en que todos deben hacerlo. Un vidente védico declaró: “He conocido a aquel Gran Ser de luz refulgente, más allá de toda oscuridad. Tú también, habiendo conocido esa Verdad, vas más allá de la muerte.” Y Jesús declaró: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. La experiencia de esa verdad se posibilita a través de la transformación o, en las palabras de Jesús, del renacimiento espiritual:
“El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. Comentando esta expresión, el comentarista alemán Ángel Silesio dijo: “Cristo puede nacer mil veces en Belén, pero si no nace de nuevo dentro de tu corazón, permanecerás eternamente abandonado.”
¿Qué significa que Cristo tenga que nacer de nuevo en nuestros corazones? Ordinariamente, los Upanishads nos dicen, el hombre vive dentro de tres estados de consciencia: vigilia, sueño, y sueño sin sueños. En estos tres estados no es posible ver a Dios. Pero más allá hay un estado, llamado el Cuarto, que es conocido por los místicos: un estado que trasciende el tiempo, el espacio y la causalidad. Es el reino de Dios de Cristo. Lo que se experimenta en este Cuarto no lo contradice en ningún tiempo ninguna otra experiencia —a diferencia de las fantasías en el estado onírico, que se contradicen cuando despertamos—. Aunque el Cuarto contradice a los sentidos y la mente, no contradice a la razón. Cuando ilumina al corazón, tiene lugar una transformación permanente del carácter. Renacemos en espíritu y nos volvemos perfectos. En este estado trascendental, se borra todo el conocimiento del mundo y de la multiplicidad. Existe Brahmán solo, y se conoce la paz que pasa toda comprensión. A este estado los hindúes lo llaman samadhi; los buddhistas lo llaman nirvana; y los cristianos lo llaman la unión mística, o unión con Dios.
Pero pocos entran en este reino de Dios, porque pocos luchan para encontrarlo. Como dice el Gita:
¿Quién se preocupa de buscar
Aquella libertad perfecta?
Un hombre, quizá
En muchos miles.
Por supuesto, hoy en día hay millones de cristianos que asisten regularmente a las iglesias, y millones de hindúes y budhistas que rinden culto en templos y pagodas. Pero de quienes lo hacen, pocos buscan la perfección en Dios. La mayoría se satisface con vivir una vida más o menos ética en la tierra con la esperanza de ser recompensados en el más allá por algunas buenas acciones que puedan haber hecho. Por lo general, se olvida o interpreta mal el ideal de perfección de Cristo. Es cierto que muchas personas leen el Sermón del Monte, pero pocos procuran vivir sus enseñanzas. La mayoría discute si uno puede hallar a Dios, o si la perfección puede lograrse o no, o qué quiso decir Cristo con conocer la verdad o ver a Dios. Pero puedo decir esto: que cuando Cristo habló a sus discípulos significó literalmente que Dios podía ser visto en sus vidas presentes. Y lo discípulos tenían hambre precisamente de esa verdad, conocer a Dios, ser perfectos como el Padre en los cielos es perfecto.
¿Un aspirante espiritual que anhela la verdad cómo podrá contentarse con teología, con filosofía, con doctrinas y credos? Sri Ramakrishna solía decir a los devotos: “Habéis venido al jardín de los mangos? ¿De qué sirve contar las hojas de los árboles? ¡Comed los mangos y satisfaced vuestra hambre!” De modo semejante, Cristo enseñó a sus discípulos cómo conocer a Dios, como realizarle mientras vivían en el mundo. No declaró que la perfección divina sólo puede alcanzarse después de la muerte del cuerpo.
Si seguimos hasta los fundadores reales de las grandes religiones del mundo, hallamos que expresaron una sola verdad: ¡realizad a Dios aquí y ahora! El gran obstáculo en el sendero déla realización de Dios es la pereza y la falta de entusiasmo de la humanidad. A la dilación en la lucha por la iluminación, Buddha la llamó el máximo pecado. Y Cristo expresó la misma idea cuando dijo:
“Ningún hombre que haya puesto su mano en el arado y mirado atrás, es apto para el reino de Dios.”
Hay diversos métodos por los que puede alcanzarse la perfección en Dios. Cuando se logra la perfección, se ilumina todo aspecto del ser del aspirante. Pero para los métodos, o senderos de perfección, es natural enfocar ciertas tendencias del carácter humano; pues es evidente que algunas personas son reflexivas, algunas emotivas, algunas activas o contemplativas, y que las prácticas espirituales han de reflejar sus caracteres. En la Vedanta, reconócese generalmente cuatro senderos principales para el logro de la unión con Dios. Estos senderos, o yogas, son útiles para clarificar el camino hacia la perfección como la enseñara Jesús.
En el karma yoga, el sendero del trabajo desinteresado, ofrécese a Dios cada obra como un sacramento. Mediante la dedicación de los frutos del propio trabajo a Dios, el aspirante espiritual logra eventualmente la pureza de corazón y alcanza la unión con Dios.
El jnana yoga es el sendero de la discriminación entre lo eterno y lo noeterno. Cuando mediante el proceso de eliminación, todos los fenómenos transitorios han sido analizados y luego rechazados, sólo permanece Brahmán, y el aspirante espiritual realiza, a través de la meditación, su unión con el aspecto impersonal de la Deidad.
El bhakti yoga es el sendero de la devoción. En este sendero, el devoto funde su ego en su escogido ideal de Dios mediante el cultivo de un amor intenso hacia él como un ser personal. La mayoría de los creyentes de todas las grandes religiones del mundo siguen el bhakti yoga.
El raja yoga es el sendero de la meditación formal. Es el método de concentrar la mente unidireccionalmente en la realidad suprema hasta que se alcanza la absorción completa. Este sendero pueden seguirlo exclusivamente a menudo quienes llevan predominantemente vidas contemplativas. Pero, en un sentido, puede decirse que el raja yoga combina los otros tres senderos, puesto que la meditación puede incluir acción consagrada a Dios, adoración, discriminación y concentración en el Ideal Escogido. Aunque una equilibradora vida espiritual demanda una combinación armónica de todos los cuatro yogas, predomina habitualmente uno u otro, dependiendo del temperamento del aspirante.
Entre las enseñanzas de Jesús hay muchas que pueden clasificarse según uno u otro de los yogas. Por ejemplo, cuando Jesús dijo:
“Cuanto hiciereis al más pequeño de mis hermanos me lo habréis hecho a mí”, estaba enseñando en el espíritu del karma yoga, el culto de Dios a través del servicio del hombre.