DANZA
Desde la más remota antigüedad, y de manera unánime en todos los pueblos, aparece la danza como expresión del sentir del ser humano, y como un acto natural en él. Unida siempre a la música y al canto, como una trilogía rítmica indisoluble, ella constituye un gesto espontáneo que se articula con el ritmo universal. Este ponerse "a ritmo", este "ritmar" con el cosmos, es la esencia y el origen de la danza, cuyas coreografías y movimientos circulares se inspiran en el orden de los planetas y sus efectos y correspondencias en la manifestación. El hombre, el danzante, es el intermediario entre cielo y tierra, y sus pasos repiten y representan la cosmogonía primordial a la que inmediatamente asigna un carácter repetitivo y ritual. Gracias a estos gestos y figuras ideales, o "patrones" simbólicos, y a la total entrega a la danza, el ser humano se ve transportado a otro mundo, a otro espacio mental, donde su participación activa en el presente, a través del movimiento, hace que conecte con una sola y única onda, o vibración, compartida por la creación entera. Cuando esto es así, es que se ha comprendido el sentido mágico de la vida, de la que se forma parte.
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