LOS SUEÑOS
En todas las cosmogonías tradicionales, los sueños siempre han sido considerados como vehículos intermediarios entre la realidad concreta y sensible y la realidad espiritual y metafísica. Esto se debe a que los sueños pertenecen precisamente al estado sutil intermediario, es decir al plano de Yetsirah o de las formaciones, participando por tanto de la dualidad inherente a dicho plano, lo que los hace susceptibles de ofrecer un aspecto oscuro e inferior, ligado a lo orgánico y por consiguiente al plano de Asiyah, y otro aspecto, por el contrario, luminoso y superior, relacionado con el plano de Beriyah y el mundo de las ideas. No hace falta decir que es al primero de estos dos aspectos al que presta toda su atención el psicoanálisis freudiano, que se ciñe exclusivamente a lo fenoménico, profundizando en ello, mientras que es el segundo el que verdaderamente es importante y significativo, pues las imágenes que constituyen su contenido no son sino ideas revestidas de formas mentales, pudiendo ser consideradas entonces, en efecto, como auténticos símbolos vehiculares y reveladores de lo que está más allá de lo individual y por supuesto de lo fenoménico, es decir que abren a determinadas posibilidades de realización interior, con la ventaja de que el ser en el estado de sueño se encuentra liberado de ciertas condiciones implícitas en la modalidad corporal, y por tanto espacial, de su individualidad. Tenemos el ejemplo del conocido "sueño" de Jacob, durante el cual ve ángeles (los estados superiores) ascender y descender por una escalera, que es el Eje del Mundo que une tierra y cielo, sin olvidar la importancia concedida a determinados sueños en todas las vías iniciáticas, y muy especialmente en las chamánicas de cualquier parte del mundo, en los que casi siempre se trata de recibir un designio o una revelación concedidas por los espíritus, númenes o dioses.
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