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General: La metafísica oriental
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: Evaristo  (Mensaje original) Enviado: 06/07/2012 20:14


La metafísica oriental 

René Guénon


(Fragmento del volumen La metafísica oriental, de René Guénon.
Ediciones de la Tradición Unánime, Palma de Mallorca, 1984)



He tomado como tema para esta exposición la metafísica oriental; quizás hubiera sido mejor decir la metafísica sin epíteto pues, verdaderamente, la metafísica pura, al estar por definición fuera y más allá de todas las formas y de todas las contingencias, no es ni oriental ni occidental: es universal. Son sólo las formas exteriores con las que se reviste por las necesidades de una exposición, para expresar lo que puede ser expresado, las que pueden ser ya sea orientales, ya occidentales; pero, bajo su diversidad, es un fondo idéntico el que se encuentra en todas partes y siempre, en todas partes, al menos, donde haya verdadera metafísica y eso, por la sencilla razón de que la verdad es una.


Si es así, ¿por qué hablar más especialmente de metafísica oriental? Porque en las condiciones intelectuales en las que se encuentra actualmente el mundo occidental, la metafísica es algo olvidado, ignorado en general y perdido casi por entero, mientras que en Oriente, es siempre el objeto de un conocimiento efectivo. Si se quiere saber lo que es la metafísica, es, pues, a Oriente a quien hay que dirigirse; e incluso si se quiere encontrar algo de las antiguas tradiciones metafísicas que han podido existir en Occidente, en un Occidente que, en muchos aspectos, estaba entonces singularmente más próximo a Oriente de lo que hoy está, es sobre todo con la ayuda de las doctrinas orientales y en comparación con estas como podrá conseguirse, porque estas doctrinas son las únicas que, en este ámbito metafísico, pueden todavía estudiarse directamente. Sólo que, por eso, es muy evidente que hay que estudiarlas como lo hacen los propios Orientales y no dedicándose a interpretaciones más o menos hipotéticas y, a veces, completamente caprichosas; se olvida demasiado a menudo que las civilizaciones orientales existen todavía y que tienen todavía representantes calificados con los que bastaría informarse para saber verdaderamente de qué se trata.


He dicho metafísica oriental y no únicamente metafísica hindú pues las doctrinas de este orden, con todo lo que implican, no sólo se encuentran en la India, contrariamente a lo que parecen creer algunos que, por lo demás, apenas se dan cuenta de su verdadera naturaleza. El caso de la India no es, en modo alguno, excepcional a este respecto; es exactamente el de todas las civilizaciones que poseen lo que puede llamarse una base tradicional. Lo que es excepcional y anormal son, por el contrario, las civilizaciones carentes de dicha base; y, a decir verdad, sólo conocemos una: la civilización occidental moderna. Para no considerar más que las principales civilizaciones de Oriente, el equivalente de la metafísica hindú se encuentra en China, en el Taoísmo; se encuentra también, por otro lado, en ciertas escuelas esotéricas del Islam (debe entenderse bien, por lo demás, que este esoterismo islámico no tiene nada en común con la filosofía exterior de los árabes, de inspiración griega en su mayor parte). La única diferencia es que en todas partes, salvo en la India, estas doctrinas están reservadas a una élite más restringida y más cerrada; es lo que ocurrió también en Occidente en la Edad Media con un esoterismo bastante comparable con el del Islam en muchos aspectos y tan puramente metafísico como éste, pero del que los modernos, en su mayoría, ni tan sólo sospechan la existencia. En la India, no puede hablarse de esoterismo en el sentido propio de esta palabra porque no se encuentra allí una doctrina con dos caras, exotérica y esotérica; no puede tratarse más que de un esoterismo natural, en el sentido de que cada uno profundizará más o menos la doctrina e irá más o menos lejos según la medida de sus propias posibilidades intelectuales, pues hay, en ciertas individualidades humanas, limitaciones que son inherentes a su propia naturaleza y que les son imposibles de superar.


Naturalmente, las formas cambian de una civilización a otra porque deben adaptarse a diferentes condiciones; pero, aún estando más acostumbrado a las formas hindúes, no siento ningún escrúpulo en emplear otras en caso necesario si resulta que pueden favorecer la comprensión de ciertos puntos: no hay en ello ningún inconveniente pues no son, en suma, más que expresiones diversas de la misma cosa. Una vez más: la verdad es una y es la misma para todos aquellos que, por una vía cualquiera, han alcanzado su conocimiento.


Dicho esto, es conveniente ponerse de acuerdo sobre el sentido que hay que dar aquí a la palabra «metafísica» y eso es tanto más importante cuanto que he tenido, a menudo, ocasión de comprobar que todo el mundo no la entendía del mismo modo. Pienso que lo mejor que puede hacerse con las palabras que pueden dar lugar a algún equívoco es restituirles, en lo posible, su significación primitiva y etimológica. Pues bien, por su composición, la palabra «metafísica» significa literalmente «más allá de la física», tomando «física» en la acepción que este término tenía siempre para los antiguos, la de «ciencia de la naturaleza» en toda su generalidad. La física es el estudio de todo lo que pertenece al ámbito de la naturaleza; lo que concierne a la metafísica, es lo que está más allá de la naturaleza. ¿Cómo pueden pretender, pues, algunos que el conocimiento metafísico es un conocimiento natural ya sea respecto a su objeto, ya sea respecto a las facultades por las que se obtiene? Hay ahí un verdadero contrasentido, una contradicción en los mismos términos; y, sin embargo, lo que es más sorprendente es que esta confusión la cometen incluso los que deberían haber guardado alguna idea de la verdadera metafísica y deberían saberla distinguir más claramente de la pseudometafísica de los filósofos modernos.


Pero quizás se diga: si esta palabra «metafísica» produce tales confusiones ¿no sería mejor renunciar a su uso y substituirla por otra que tuviera menos inconvenientes? A decir verdad, sería lamentable porque, por su formación, esta palabra concuerda perfectamente con aquello de que se trata; y es casi imposible porque las lenguas occidentales no poseen ningún otro término que se adapte tan bien a este uso. Emplear pura y simplemente la palabra «conocimiento», como se hace en la India, porque, en efecto, es el conocimiento por excelencia el único que es absolutamente digno de este nombre, no hay ni que pensado; sería todavía mucho menos claro para los Occidentales que, respecto al conocimiento, están acostumbrados a no considerar nada fuera del ámbito científico y racional. Y además, ¿es necesario preocuparse tanto del abuso que se ha hecho de una palabra? Si tuvieran que rechazarse todas las que están en este caso, ¿de cuántas se dispondría todavía? ¿No basta con tomar las precauciones necesarias para alejar los errores y los malentendidos? No tenemos más interés en la palabra «metafísica» que en otra cualquiera; pero mientras no se nos proponga un término mejor para substituirla, continuaremos utilizándola como hemos hecho hasta aquí.


Desgraciadamente, hay gente que tiene la pretensión de «juzgar» lo que ignora y que, porque da el nombre de «metafísica» a un conocimiento puramente humano y racional (lo que para nosotros no es más que ciencia o filosofía) se imagina que la metafísica oriental no es nada más ni nada distinto a eso, de lo que saca lógicamente la conclusión de que esta metafísica no puede conducir, realmente, a tal o cual resultado. No obstante, conduce a ellos efectivamente, pero porque es algo muy distinto a lo que ellos suponen; todo lo que consideran no tiene verdaderamente nada de metafísico, puesto que no es más que un conocimiento de orden natural, un saber profano y exterior; no es en absoluto de esto de lo que queremos hablar. ¿Hacemos, pues, «metafísica» sinónimo de «sobrenatural»?


Aceptaríamos de muy buen grado tal asimilación puesto que, mientras no se supera la naturaleza, es decir, el mundo manifestado en toda su extensión (y no sólo el mundo sensible que no es más que un elemento infinitesimal) se está todavía en el ámbito de la física; lo que es metafísica es, como ya hemos dicho, lo que está más allá y por encima de la naturaleza; es, pues, propiamente lo «sobrenatural».


Pero, sin duda, se hará aquí una objeción: ¿es posible, pues, superar así a la naturaleza? No dudaremos en responder muy claramente: no sólo esto es posible sino que esto es. Eso no es más que una afirmación, se dirá todavía; ¿qué pruebas pueden ofrecerse? Es verdaderamente curioso que se pida el probar la posibilidad de un conocimiento en vez de intentar darse cuenta por sí mismo, haciendo el trabajo necesario para adquirirlo. Para el que posee este conocimiento, ¿qué interés y qué valor pueden tener todas estas discusiones? El hecho de substituir la «teoría del conocimiento» por el propio conocimiento es quizás la mejor confesión de impotencia de la filosofía moderna.


Por otro lado, hay en toda certidumbre algo incomunicable; nadie puede alcanzar realmente un conocimiento cualquiera más que por un esfuerzo estrictamente personal y todo lo que otro puede hacer es el dar la oportunidad e indicar los medios para alcanzarlo. Por eso sería vano, en el orden puramente intelectual, pretender imponer una convicción cualquiera; la mejor argumentación no podría, a este respecto, servir de conocimiento directo y efectivo.


Ahora, ¿podemos definir la metafísica tal como la entendemos? No, pues definir siempre es limitar y de lo que se trata es, en sí, verdadera y absolutamente ilimitado, luego no podría dejarse encerrar en ninguna fórmula ni sistema. Puede caracterizarse la metafísica de cierto modo, por ejemplo diciendo que es el conocimiento de los principios universales; pero eso no es una definición hablando con propiedad y, por lo demás, eso no puede dar de ella más que una idea bastante vaga. Añadiremos algo si decimos que el ámbito de los principios se extiende mucho más de lo que han creído algunos Occidentales que, sin embargo, han hecho metafísica pero de un modo parcial e incompleto. Así, cuando Aristóteles consideraba la metafísica como el conocimiento del ser en cuanto ser, la identificaba con la ontología, es decir, tomaba la parte por el todo. Para la metafísica oriental, el ser puro no es el primero ni el más universal de los principios pues es ya una determinación; hay que ir, pues, más allá del ser y eso es, incluso, lo más importante. Por eso, en toda concepción verdaderamente metafísica, hay que reservar siempre la parte de lo inexpresable; e incluso todo lo que puede expresarse no es literalmente nada respecto a lo que supera toda expresión, como el finito, sea cual sea su magnitud, no es nada respecto al Infinito. Se puede sugerir mucho más de lo que se expresa y ese es, en suma, el papel que desempeñan aquí las formas exteriores; todas esas formas, ya se trate de palabras o de símbolos cualesquiera, no constituyen más que un sostén, un punto de apoyo para elevarse a posibilidades de concepción que las superan incomparablemente; volveremos a ello enseguida.


Hablamos de concepciones metafísicas, por no tener a nuestra disposición otro término para hacemos entender; pero que no vaya a creerse por eso que hay ahí algo asimilable a las concepciones científicas o filosóficas; no se trata de hacer «abstracciones» cualesquiera sino de coger un conocimiento directo de la verdad tal cual es. La ciencia es el conocimiento racional, discursivo, siempre indirecto, un conocimiento por reflejo; la metafísica es el conocimiento supraracional, intuitivo e inmediato Esta intuición intelectual pura sin la que no hay metafísica verdadera no debe, por lo demás, asimilarse en modo alguno con la intuición de la que hablan ciertos filósofos contemporáneos pues ésta es, por el contrario, infraracional. Hay una intuición intelectual y una intuición sensible; una está más allá de la razón pero la otra está más acá; esta última sólo puede captar el mundo del cambio y del devenir, es decir, la naturaleza o, más bien, una ínfima parte de la naturaleza. El ámbito de la intuición intelectual, por el contrario, es el ámbito de los principios eternos e inmutables, es el ámbito metafísico.


El intelecto transcendente, para captar directamente los principios universales, debe ser él mismo de orden universal; no es ya una facultad individual y considerarlo como tal sería contradictorio pues no puede haber en las posibilidades del individuo el superar sus propios límites, el salir de las condiciones que le definen en cuanto individuo. La razón es una facultad propia y específicamente humana; pero lo que está más allá de la razón es verdaderamente «no-humano»; es lo que hace posible el conocimiento metafísico y este, hay que repetirlo otra vez, no es un conocimiento humano. En otros términos, no es en cuanto hombre que el hombre puede alcanzarlo; sino que es en tanto en cuanto este ser, que es humano en uno de sus estados, es a la vez algo distinto y más que un ser humano; y es la toma de conciencia efectiva de los estados supraindividuales lo que es el objeto real de la metafísica o, mejor aún, lo que es el propio conocimiento metafísico. Llegamos, pues, aquí a uno de los puntos más esenciales y es necesario insistir en ello: si el individuo fuera un ser completo, si constituyera un sistema cerrado como la mónada de Leibnitz, no habría metafísica posible; irremediablemente encerrado en sí mismo, este ser no tendría medio alguno de conocer lo que no fuera del orden de existencia al que pertenece. Pero no es así: el individuo no representa, en realidad, más que una manifestación transitoria y contingente del ser verdadero; no es más que un estado especial entre una multitud indefinida de otros estados del mismo ser; y este ser es, en sí, absolutamente independiente de todas sus manifestaciones al igual que, para emplear una comparación que se repite a cada momento en los textos hindúes, el sol es completamente independiente de las múltiples imágenes en las que se refleja. Esa es la distinción fundamental del «Sí» y del «yo», de la personalidad y la individualidad; y, al igual que las imágenes están unidas por los rayos luminosos con la fuente solar sin la que no tendrían ninguna existencia ni ninguna realidad, de igual modo, la individualidad, ya se trate de la individualidad humana o de cualquier otro estado análogo de manifestación, está unida a la personalidad, al centro principal del ser por este intelecto transcendente del que se acaba de tratar. No es posible, en los límites de esta exposición, desarrollar de un modo más completo estas consideraciones, ni dar una idea más precisa de la teoría de los estados múltiples del ser; pero pienso que, no obstante, he dicho bastante para hacer presentir al menos su importancia capital en toda doctrina verdaderamente metafísica.



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