Los diversos significados de los mitos –así como los de los símbolos– no se contradicen, aunque se superpongan, o dicho de otro modo: estos significados son polifacéticos y se refieren tanto a distintos planos de la realidad como a diferentes aspectos de su manifestación. El hecho es que un grado o tipo de lectura del mito (o del símbolo) no tiene por qué necesariamente excluir a cualquier otro, sino que más bien estos sentidos se complementan, pues muchas veces se refieren a aspectos de la realidad que coexisten en ella intrínsecamente.
El hombre moderno está acostumbrado a proceder en forma absolutamente binaria, o sea, por sí o por no (generalmente por lo "bueno" –siempre distinto y cambiante–, lo que lleva a negar el "mal" implícito en cualquier manifestación), razón que caracteriza a su educación lógico-formal, que en los siglos XVII y XVIII desemboca necesariamente en el racionalismo. Es el producto de su programación histórica, y con estos parámetros cree que está perfectamente capacitado para juzgar y valorar todo, sin comprender que es una víctima de su condicionamiento bajo cuya ilusoria ciencia se atreve a interpretar culturas y pensamientos que no sólo no fueron acuñados bajo esas simplistas e ingenuas perspectivas, sino que bien por el contrario, esos mismos pensadores y culturas se encargaron de advertir los riesgos de tales actitudes desde los comienzos de su formulación, puesto que los errores de la sociedad moderna ya están expresados en forma embrionaria en los gérmenes de la Grecia clásica, o dicho de otra manera, en los cimientos de todo organismo vivo (tal cual una civilización), que en virtud de su crecimiento múltiple cada vez se encuentra más alejado de su estado original, llevando en sí implícitos los elementos disolutivos que lo precipitarán a su degradación y muerte final. Por lo que la errónea simplificación de positivo o negativo (bueno o malo) excluyendo siempre lo uno en beneficio del otro, no es otra cosa que un error, ya que las calificaciones de que se trata son válidas sólo desde un punto de vista –ignorando el contrario– y están sujetas a la relatividad del tiempo (lo malo de hoy es lo bueno de ayer, lo que hoy pudiera considerarse bueno, lo malo de tiempos pasados, etc.).
El mito, en su ambivalencia, aclara esta ignorancia de la que tanto se ufanan la mayor parte de nuestros contemporáneos que tratan de ser "buenos", o aún de manera más degenerada, "malos", sin comprender que en el conjunto de las cosas del cosmos estas valoraciones arbitrarias están sujetas a las determinaciones individuales de sus propios egos, cuya conveniencia interesada, ya sea social o personal, es el producto de sus deseos, que los sacuden en todas direcciones.
Es este tipo de actitud, a saber: el desconocimiento de las leyes de la cosmogonía –a la que los mitos se refieren en primer lugar–, lo que les lleva a despreciar el mito, a vivirlo como fábulas o fantasías, o intentar su clasificación mnemotécnica y erudita, o en el mejor de los casos a interpretarlo con una chatura y mediocridad digna del pensamiento de la sociedad en que viven.
NOTA:
Pese al proceso de desacralización del mundo moderno la fuerza del mito sigue presente. Como ya se ha indicado, una prueba de ello son los diferentes folklores, leyendas y cuentos que perviven en el alma popular, y que conservan la huella de los mitos y símbolos sagrados e iniciáticos, si bien es cierto que con frecuencia éstos aparecen degradados y con fuertes dosis de superstición. Empero, también es verdad, que si no fuera por esa supervivencia, nos sería prácticamente imposible tener conocimiento alguno de muchos de esos mitos y símbolos, pues se hubieran perdido para siempre. En el simbolismo astrológico esta memoria se vincula a la esfera de la Luna –y a la sefirah Yesod–, que en la estructura sutil del cosmos cumple una función conservadora y receptora donde están "depositados", en estado latente y potencial, los "gérmenes" sutiles del ser individual. Una vez despertadas las posibilidades superiores contenidas en esos gérmenes seguirán un desarrollo gradual y ordenado cuya plenitud coincidirá con el nacimiento de un hombre nuevo y completamente regenerado, lo que equivale al renacimiento espiritual.
Que el hombre no puede prescindir de los mitos, puede verse hoy día en la gran cantidad de comics, novelas y películas, en donde las historias de héroes justicieros que luchan contra ladrones y asesinos están perpetuando el combate de las potencias luminosas contra las de las tinieblas. Lo mismo puede decirse del mito del amor (unión de los principios aparentemente antagónicos, pero complementarios, simbolizados por el hombre y la mujer) que es quizá el que con más fuerza se ha perpetuado y el que nutre la mayor parte de las películas y canciones modernas populares. Y esto es claro indicio de que la energía de la diosa del Amor y la Belleza, Venus, no se ha extinguido, sino que continúa plenamente vigente y llena de vitalidad en el alma de los hombres, como no podría dejar de ser, ya que se trata de una energía inmortal.
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