En el Módulo I, acápite Nº 23 dedicado a la analogía, nos referíamos a la inversión de dos órdenes simbolizada por el Sello de Salomón. Sólo agregaremos que lo único aparece misteriosamente como múltiple, en cuanto se refleja en el prisma de la manifestación, y aún mucho más cuando lo hace en las modalidades de lo individual. De ahí las conocidas reservas de la Tradición a este respecto, al reiterar el carácter ilusorio y relativo de las apariencias, que siendo imágenes reflejas e invertidas de la realidad, son tomadas lamentablemente por ella misma. Confundimos al símbolo con lo simbolizado. La misma proposición hermética: "lo que es arriba es abajo", exige una interpretación correcta de las correspondencias, ya que lo de "arriba" se halla simbólicamente expresado por lo de abajo, pero en sentido inverso. "Los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos". El pecado, el error y su común denominador, la ignorancia, no son sino la idolatría de lo irreal e ilusorio. Un puro absurdo que deja de serlo a medida que el ser toma conciencia efectiva de lo verdaderamente real y eterno.
El vehículo por excelencia del pensamiento es el símbolo, y la esencia de éste la analogía. En efecto, la analogía no es una mera asociación de conceptos mentales, así como el símbolo no es tampoco una "definición", ya que como tales no escaparían entonces a las limitaciones racionales y morales humanas. La propia presencia inteligible de la Idea, evoca y sugiere indefinidos aspectos de sí misma, despertando siempre nuevas y distintas perspectivas de la realidad, engarzadas permanentemente en su síntesis sagrada. Como instrumentos de aplicación, tal cual los números y las letras, símbolo y analogía permiten articular por medio de relaciones de semejanza, hechos o realidades que a primera vista nada tienen en común, a no ser su propia contingencia. La relación necesaria de continuidad entre el todo y la parte, entre Dios y el mundo, y viceversa, es por cierto el número de oro de la Creación. Un arcano intuido desde siempre, que la Tradición revela. Es la lógica verdadera que como "gracia divina" opera más allá de la lógica convencional o formal. Esta permanente ligazón que une a los mundos, ya sea de manera visible o invisible, permite la posibilidad perpetua del "despertar", de un regreso al sentido universal de la existencia, operativamente una salida del tiempo-espacio ordinario y amorfo, y una entrada en lo "extraordinario" y sagrado. La función de los ritos no tiene otro fin que dinamizar y actualizar esta posibilidad siempre latente. A ella se vincula especialmente la intuición intelectual y el Eros o Amor divino, no ya la "razón" propiamente dicha, analítica y discriminativa por naturaleza.
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