Más que ninguna otra arma, quizá sea la espada la que mejor sirve para representar la lucha que cualquier aspirante al Conocimiento ha de emprender en un determinado momento de su proceso contra aquellos que constituyen sus auténticos enemigos: los que porta en sí mismo. Dicho combate es la "gran guerra santa" de la que habla el profeta Mahoma cuando en una de sus sentencias dice: "Hemos vuelto de la pequeña guerra santa a la gran guerra santa", indicando así que la primera no es sino una representación exterior o un símbolo de la segunda. No hay que olvidar, en este sentido, que la espada es el principal atributo del dios Marte, el númen que infunde el espíritu guerrero en el hombre, dotándole al mismo tiempo del rigor necesario para que sepa distinguir el error de la verdad y negar la negación. De hecho, casi todos los héroes y dioses solares y civilizadores vencen a las potencias de las tinieblas y del caos (representadas en todos los mitos por las entidades ctónicas y telúricas como los Titanes, los dragones o las serpientes) ayudados con espadas, o con cualquier otra arma semejante, como la lanza, las flechas, el hacha simple o de doble filo. En este sentido, todas estas son armas que tradicionalmente se han asociado al rayo y a la luminosidad fulgurante del relámpago, es decir que tienen una conexión directa con el simbolismo de la luz, entendida como una energía esencialmente fecundante, al mismo tiempo que destructora de todo lo que se opone a lo superior, es decir la oscuridad tenebrosa y la ignorancia. Con ese espíritu combate el héroe germánico Sigfrido, o el caballero cristiano San Jorge, reflejo humano de San Miguel arcángel, el jefe de las milicias celestes.
Todos ellos constituyen los modelos ejemplares de ese combate interior, el mismo que es sugerido por Cristo (que es la "luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre", según se lee en el Evangelio de Juan) cuando al expulsar a los mercaderes que profanan el Templo de Jerusalén les advierte que no ha "venido a traer paz sino espada". Y esa espada que él trae no es sino el poder de su Palabra o Verbo, de la que emanan la Verdad y la Justicia (ver Apocalipsis 1, 16), y ante las que nada puede la oscuridad de la ignorancia, representada por esos mercaderes que comercian con lo más sagrado. Estos serían los verdaderos enemigos –egos– ocultos (que en ocasiones aparecen en forma de personajes externos), aquellos que nos mantienen sujetos a los estados más inferiores, y de quienes nos hemos de liberar o "desligar" para acceder a la verdadera Vida prometida por la Iniciación y la Enseñanza. A ellos hay que vencerlos, pues, con la fuerza que otorga el Conocimiento, es decir en el plano de las Ideas, pues en la medida en que nos entreguemos a ellas es que los podremos reconocer e identificar, y por lo tanto expulsar del Templo que edificamos en el interior de nuestro corazón.
A este respecto, mencionaremos que la espada, al igual que la lanza, es un símbolo complementario de la copa, como es el caso de la leyenda del Santo Graal, y siendo este recipiente, como el Graal mismo, un símbolo de la Doctrina y del Conocimiento, la espada lo es de la vía que debe seguirse para alcanzarlo, es decir, aquello que nos ordena la inteligencia y la conducta, haciendo posible que tomemos verdadera conciencia de nuestro eje interno, y con él de la "Vía del Medio" que señala la dirección vertical hacia la cual hemos de tender permanentemente. De hecho, la espada (como las diversas armas mencionadas anteriormente) ha sido considerada por todas las tradiciones como un símbolo del Eje del Mundo, idea que está presente cuando la espada toma el lugar del fiel de la balanza, símbolo universal de la Justicia y del equilibrio cósmico, esto es de la armonía entendida como manifestación de la paz. Esta significación "axial" de la espada no hay que perderla nunca de vista, pues es la que le da su sentido más profundo, ya que dicha paz, nacida de la conciliación de los opuestos, no sólo se expresa en el orden externo y social, sino, sobre todo, en el interno y espiritual, que es, al fin y al cabo, el objetivo que persigue la "gran guerra santa".
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