Concebir al tiempo sin el espacio como referencia es imposible, pues sólo cuando entra en relación con él, a través del movimiento, se torna inteligible. Ello se debe a que posee por naturaleza una cualidad superior, al estar de algún modo menos determinado que aquél. La música, arte del ritmo y la armonía por excelencia, es sin duda la que de manera más obvia y bella revela el carácter cíclico y recurrente del tiempo, desmintiendo la absurda concepción lineal, uniforme y cuantitativa que de él ha forjado la mentalidad profana. El número es la estructura del ritmo, y como tal es "cualidad" manifiesta que se distingue netamente de la pura agitación, como la música y la melodía lo hacen del ruido; esta concepción "auditiva" del cosmos nos aproxima a lo invisible, a lo sutil, a todo aquello que está más allá de la constatación sensible en general.
La potencia divina crea pues el cosmos a partir de ritmos, de alteridades, que ora se equilibran, ora se desequilibran, sin salir jamás del diapasón divino. La Belleza, uno de los nombres divinos, al manifestarse lo hace a través de la perfección de las formas, y éstas, antes de devenir groseras, configuran idealmente la osamenta sutil y formativa del universo, la arquitectura invisible del cosmos. Dicha arquitectura es realmente un lenguaje divino y maravilloso cuya aprehensión está directamente vinculada a la intuición intelectual del corazón, sagrario del templo humano y sede de todas las teofanías. La música platónica de las esferas ilustra de manera perfecta esta concepción al describir al cosmos como una inmensa caja de resonancia que no hace más que amplificar unas energías virtuales hasta llevarlas a su concreción efectiva, para luego devolverlas a su origen, como chispas, destellos o reflejos transitorios de un arquetipo inmutable. Solve et coagulason en la Alquimia hermética (o condensación-disipación en la extremo oriental), la fórmula de este doble movimiento simultáneo que hace posible la maravilla de la existencia universal e individual y sus indefinidas interrelaciones.
Las cualidades de los sonidos, ligadas como vimos a los planetas, lo están también a los elementos. E igualmente los instrumentos que los reproducen: de viento, cuerda, percusión, etc., tienen al aire y a la tierra como módulos terrestres, y al fuego como celeste, ya que es el despertar del "fuego interno" la misión principal de la música, especialmente la sagrada. Como manifestación de la Armonía Universal, la música contiene en sí potencialmente todas estas energías. Y es por el hecho de que "lo semejante atrae lo semejante" que su acción sobre la psiquis humana despierta lógicamente a sus respectivos homólogos, así como también el poder de ritmarlos entre sí. Los diferentes tiempos y marchas reconocidos en las partituras clásicas occidentales no hacen sino traducir el efecto de las energías del alma sobre la creación musical y viceversa: andante, alegro,patético, brío, moto, no son sino estados del alma que revelan de por sí un drama interno entre varios ritmos y personajes cuya descripción alegórica la encontramos inmemorialmente en todos los mitos y cosmogonías antiguas.
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NOTA: |
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Sucede a veces que hay momentos en este trabajo donde aparentemente no pasa nada. En ocasiones nos quejamos de los tiempos en que estamos agitados; todo se nos mueve y las tormentas nos tambalean. Pero hay otros aún peores en los que no acontece absolutamente nada. Son aquellos períodos en que los navegantes de la búsqueda, de la aventura del Conocimiento, denominan "calma chicha". La inmovilidad aquí es pura rigidez y desesperanza. Esta nada no es el En Sof de la cábala hebrea, sino su reflejo invertido. Todo se presenta como una vía muerta, una puerta cerrada o una nadería. No hay cosa más dura que estar estancado sin recibir el soplo o el viento del Espíritu, o de los espíritus, al menos. Aquí es donde debemos redoblar nuestros esfuerzos. Este es el momento en que debemos reiterar una y otra vez nuestros ritos y tomar conciencia de que no hay vida, ni trabajo, sin sacrificio. Luchar en estos momentos es una necesidad y cuanto más encarnizado, inteligente, concentrado y honesto sea nuestro combate interno, mayor es la posibilidad de la victoria.
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