Aunque debe señalarse que la selva tiene ciertas características diferentes a las del bosque, en el sentido tanto de que la flora es muy peligrosa como de la fauna, totalmente distinta; la humedad de la selva es igualmente peligrosa de por sí, ya que cualquier herida que se pueda producir en el cuerpo humano –donde suelen alojarse larvas y allí reproducirse– no cierra inmediatamente y tiene que ser constantemente atendida por el riesgo de las infecciones y de otros gérmenes tropicales en innumerable especie; sobre todo para quien no está habituado a ella. Todo esto, sin subestimar los temibles peligros de un bosque vivo, no acostumbrado a los intrusos.
Esotéricamente, el bosque, la selva, o la naturaleza salvaje y virgen, como lugares especialmente primitivos y sin cultivar, ofrecen un decorado simbólico de nuestra propia naturaleza interna y externa, superior e inferior, ya sea en su sentido primordial de exuberante fecundidad, ya sea en su aspecto grosero, inculto y heterogéneo (lo infraconsciente), en ambos casos un decorado femenino telúrico.
En muchos pueblos y culturas, cuya propia configuración geográfica así lo exige, el bosque o la selva adquiere un papel muy importante y significativo en cuanto a lugar reservado al culto, las iniciaciones y la contemplación. La elevación de dólmenes, y las construcciones funerarias en el interior de los bosques, especialmente en claros y lugares despejados, es muy habitual en las culturas arcaicas. Muchos usos y ritos ancestrales, mantenidos por la memoria popular, siguen repitiéndose periódicamente en estos parajes. Los mitos y leyendas antiguos están plagados de alusiones a bosques mágicos en donde transcurre la trama de sus argumentos y en donde en general habitan seres o entes no humanos cuya relación con los héroes y los hombres está vinculada simbólicamente al propio proceso alquímico y espiritual. Un clásico de este género es el cuento de Blancanieves. Custodiada por siete enanos en un bosque (psiquis), se halla semimuerta por haber comido el fruto que astutamente le ofreciera la bruja hechicera, el mismo que otrora comiera Eva en el paraíso; mientras espera el "despertar" a través del beso del príncipe (Eros).
En efecto, la tradición hace de los gnomos, los silfos, las ondinas y las salamandras habitantes mágicos de los bosques, lo cual nos ofrece una descripción figurada de nuestras propias potencias anímicas y terrestres. Estos seres están alquímicamente relacionados con los cuatro elementos, respectivamente la tierra, el aire, el agua y el fuego, así como Blancanieves se asimilaría en el ejemplo al quinto, el éter, cada uno simbolizando la conciencia y función específica de cada elemento, conciencias que habitan potencialmente dentro de nuestra propia naturaleza microcósmica, revelándose como impulsos y tendencias elementales.
El bosque, o la selva, como templo natural y espacio sagrado, nos ofrece dentro de su inmensa riqueza de matices (la fuente, la gruta, la mina, la montaña, etc.), inagotables temas de meditación. Toda una cosmogonía que nos habla simbólicamente de la fauna, la flora y la topografía de nuestra propia naturaleza interna e invisible.
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