Siendo el núcleo sagrado y espiritual esencialmente idéntico –por su carácter atemporal y metafísico– para todas las civilizaciones tradicionales, existen sin embargo en cada una de ellas ciertos rasgos y particularidades que las hacen distintas entre sí. Esto se debe a múltiples causas (diversidad de etnias, hábitats, climas, etc.), pero quizá la diferencia más marcada y la más importante sea el que algunas de estas culturas pertenecieron a los pueblos nómades y otras a los sedentarios. Esta primera gran diferencia se produce en el preciso momento en que la humanidad abandona su Centro Primordial y se esparce por toda la superficie del planeta. Los nómades, abocados al peregrinaje constante por ser pueblos dedicados al pastoreo, desarrollaron una cultura sensiblemente distinta a la desenvuelta por los sedentarios, que eran básicamente agricultores al permanecer afincados en un determinado lugar. Estas dos formas de vida, con todos los matices que entrañan, influyeron poderosamente en la manera en que unos y otros encararon la vida y el misterio de lo sagrado, y por lo tanto en la propia constitución y estructura de sus ritos, símbolos y mitos cosmogónicos. Esto está claramente ejemplificado en lo que respecta a las artes y a los oficios.
Los nómades, en permanente movimiento por el espacio, crearon, sin embargo, un arte basado principalmente en el ritmo y la fonética, como la música, la poesía y el canto, es decir, en artes que se expresan sucesivamente, por lo que están estrechamente vinculadas al tiempo y al sentido del oído. En la misma gramática y lenguaje de esos pueblos, y sus herederos actuales, se advierten multitud de expresiones ricas en movimiento y ritmo que no se encuentran entre los sedentarios.
Estos, asentados por el contrario en el espacio, generaron un arte más puramente geométrico y plástico basado en la proporción y la medida, como la arquitectura, la pintura, la escultura, la escritura (los nómades transmitían sus tradiciones oralmente), es decir, artes y ciencias que se despliegan en el espacio pero hechas para perdurar en el tiempo, y directamente relacionadas con la facultad visual. Siendo los sedentarios agricultores, la mayor parte del simbolismo vegetal proviene de ellos, mientras que casi todo el simbolismo animal procede de los nómades. En los ritos sacrificiales, por ejemplo, los primeros ofrecían especies vegetales a sus divinidades, y los segundos especies procedentes del reino animal. Estas vinculaciones con los dos reinos de la naturaleza, el vegetal y el animal, tuvieron que influir poderosamente en la estructura mental de esos pueblos, y por tanto en los símbolos que conformaron su cultura a lo largo de la historia. En la Biblia estas dos formas de vida están representadas respectivamente por Caín y Abel, cuya lucha ha de verse más bien como un símbolo de las diferencias específicas que han existido secularmente entre los sedentarios y los nómades.
Es significativo comprobar igualmente que las viviendas de los nómades, construidas con materiales fáciles de transportar, se hacían con forma circular, y el círculo es, como sabemos, el símbolo que mejor expresa la idea de movimiento, y también el signo de lo celeste y de todo aquello que se refiere a los ciclos y ritmos.
Por su lado, los sedentarios, utilizando materiales pesados como la piedra (aunque con anterioridad a ésta utilizaron la madera como elemento de construcción), tendían más bien a edificar en cuadrado, es decir conforme a la figura geométrica que simboliza mejor que ninguna otra lo terrestre y la estabilidad por excelencia. En este sentido fueron los sedentarios los primeros en construir ciudades, y con ellos nace el concepto de civilización (civis = ciudad) tal cual ha llegado hasta nosotros. Gracias a que realizaron obras para perdurar en el tiempo nos es posible tener acceso al conocimiento de su concepción y de su metafísica del mundo, lo que ciertamente no sucede con la cultura de los primeros, que vagando libremente por el espacio sin límites no tenían necesidad de fijar nada, y la idea del porvenir como la conciben los sedentarios les era por completo ajena.
No obstante todo lo dicho hasta aquí, no debe verse entre estas dos formas de vida un antagonismo radical que en verdad jamás existió. El arte y la simbólica audiovisual son patrimonio de cualquier sociedad tradicional, ya fuese ésta nómade o sedentaria. Son, volvemos a repetir, las condiciones de existencia las que provocan que un simbolismo se desarrolle más que otro. Por otro lado, siempre se han dado entre ambos pueblos permanentes contactos (por ejemplo a través del comercio, e incluso a través del rito sagrado de la guerra, que era también una forma de comunicación) que facilitaron y promovieron el intercambio de ideas, usos y costumbres. Con frecuencia esto representó una opción regeneradora que evitó, al menos hasta cierto período histórico, una excesiva "petrificación" por parte de los sedentarios debido a su asentamiento, y una excesiva "disolución" entre los nómades debido a su constante ir y venir.
Asimismo muchos pueblos peregrinos acabaron por instalarse definitivamente, lo cual originó en todos los modos de expresión de su cultura una síntesis entre las artes del tiempo y el espacio, del ritmo, la proporción y la medida. Y esta asimilación del nomadismo por parte del sedentarismo es una constante vital en la historia de la humanidad, además de ser algo necesario que obedece a leyes cíclicas. Diversos pueblos hallaron su ser y su destino histórico al concretarse y solidificarse, hecho que motivó la espacialización de su centro sagrado, y por lo tanto una concentración de energías tal que dio pie al florecimiento de civilizaciones con un alto grado de desarrollo cultural, como ha sido el caso de la árabe, la judía, la romana, la azteca, maya, etc. etc.
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