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General: El camino de cada persona
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De: Evaristo  (Mensaje original) Enviado: 18/09/2013 10:05

El camino de cada persona

Por Leo­nardo Boff

Tengo espe­cial fas­ci­na­ción por los cami­nos, espe­cial­mente por los cami­nos del campo que suben peno­sa­mente la mon­taña y des­a­pa­re­cen en la curva del bos­que. O los cami­nos cubier­tos de hojas mul­ti­co­lo­res en las tar­des gri­ses de otoño, por los cua­les andaba en mis tiem­pos de estu­diante en los Alpes del sur de Ale­ma­nia. Y es que los cami­nos están den­tro de noso­tros. Hay que pre­gun­tar a los cami­nos el por­qué de las dis­tan­cias, por qué a veces son tor­tuo­sos, y can­san o son difí­ci­les de reco­rrer. Ellos guar­dan los secre­tos de los pies de los cami­nan­tes, el peso de su tris­teza, la lige­reza de su ale­gría al encon­trar a la per­sona amada.

El camino cons­ti­tuye uno de los arque­ti­pos más ances­tra­les de la psi­que humana. El ser humano guarda la memo­ria de todo el camino seguido a lo largo de los 13,7 miles de millo­nes de años del pro­ceso de la evo­lu­ción. Guarda espe­cial­mente la memo­ria de cuando sur­gie­ron nues­tros ante­pa­sa­dos: la rama de los ver­te­bra­dos, la clase de los mamí­fe­ros, el orden de los pri­ma­tes, la fami­lia de los homí­ni­dos, el género homo, la espe­cie sapiens/​demens actual.

Debido a esta incon­men­su­ra­ble memo­ria, el camino humano se pre­senta tan com­plejo y a veces indes­ci­fra­ble. En el camino de cada per­sona tra­ba­jan siem­pre millo­nes y millo­nes de expe­rien­cias de cami­nos pasa­dos y reco­rri­dos por incon­ta­bles gene­ra­cio­nes. La tarea de cada uno es pro­lon­gar este camino y hacer su camino de tal forma que mejore y pro­fun­dice el camino reci­bido, ende­rece lo tor­cido y legue a los futu­ros cami­nan­tes un camino enri­que­cido con su pisada.

El camino ha sido y sigue siendo una expe­rien­cia de rumbo que indica la meta y simul­tá­nea­mente es el medio por el cual se alcanza la meta. Sin camino nos sen­ti­mos per­di­dos, inte­rior y exte­rior­mente. Nos lle­na­mos de oscu­ri­dad y de con­fu­sión. Como hoy la huma­ni­dad, sin rumbo y en un vuelo ciego, sin brú­jula y sin estre­llas para orien­tar las noches tenebrosas.

Cada ser humano es homo via­tor, un cami­nante por los cami­nos de la vida. Como dice el poeta can­tante indí­gena argen­tino Atahualpa Yupan­qui «el ser humano es la Tie­rra que camina». No reci­bi­mos la exis­ten­cia aca­bada. Debe­mos cons­truirla. Y para eso hay que abrir camino, a par­tir y más allá de los cami­nos anda­dos que nos pre­ce­die­ron. Incluso así, nues­tro camino per­so­nal nunca está dado com­ple­ta­mente. Tiene que ser cons­truido con crea­ti­vi­dad y sin miedo. Como dice el poeta espa­ñol Anto­nio Machado: «cami­nante, no hay camino, se hace camino al andar».

Efec­ti­va­mente, esta­mos siem­pre en camino a noso­tros mis­mos. Fun­da­men­tal­mente o nos rea­li­za­mos o nos per­de­mos. Por eso hay bási­ca­mente dos cami­nos como dice el pri­mer salmo de la Biblia: el camino del justo y el camino del impío, el camino de la luz o el camino de las tinie­blas, el camino del egoísmo o el camino de la soli­da­ri­dad, el camino del amor o el camino de la indi­fe­ren­cia, el camino de la paz o el camino del con­flicto. En una pala­bra: el camino que lleva a un fin bueno o el camino que lleva a un abismo.

Pero pres­te­mos aten­ción: la con­di­ción humana con­creta es siem­pre coexis­ten­cia de los dos cami­nos, que sue­len entre­cru­zarse. En el buen camino se esconde tam­bién el malo, y en el malo, el bueno. Ambos atra­vie­san nues­tro cora­zón. Este es nues­tro drama que puede trans­for­marse en cri­sis e incluso en tragedia.

Como es difí­cil sepa­rar total­mente la cizaña del trigo, el camino bueno del camino malo, esta­mos obli­ga­dos a hacer una opción fun­da­men­tal por uno de ellos: por el bueno, aun­que nos cueste renun­cias o incluso pueda traer­nos des­ven­ta­jas, pero por lo menos nos da paz de con­cien­cia y la per­cep­ción de que esta­mos en lo correcto. Y están los que optan por el camino del mal: éste es más fácil, no impone nin­guna limi­ta­ción, pues todo vale con tal de que nos bene­fi­cie. Pero cobra un pre­cio: la acu­sa­ción de la con­cien­cia, ries­gos de cas­ti­gos y hasta de ser eliminado.

La opción fun­da­men­tal con­fiere cua­li­dad ética al camino humano. Si opta­mos por el buen camino, los peque­ños pasos equi­vo­ca­dos o los tro­pie­zos no des­trui­rán el camino y su rumbo. Lo que cuenta real­mente frente a la con­cien­cia y ante Aquel que a todos juzga con jus­ti­cia es esta opción fundamental.

Por esta razón, la ten­den­cia domi­nante en la teo­lo­gía moral cris­tiana es sus­ti­tuir el len­guaje de pecado venial o mor­tal por otro más ade­cuado a esta uni­dad del camino humano: fide­li­dad o infi­de­li­dad a la opción fun­da­men­tal. No hay que ais­lar los actos y juz­gar­los des­co­nec­ta­dos de la opción fun­da­men­tal. Se trata de cap­tar la acti­tud básica y el pro­yecto de fondo que se tra­duce en actos y que uni­fica la direc­ción de la vida. Si ésta opta por el bien, con cons­tan­cia y fide­li­dad, con­fe­rirá mayor o menor bon­dad a los actos, no obs­tante los alti­ba­jos que ocu­rren siem­pre pero que no lle­gan a des­truir el camino del bien. Este vive en estado de gra­cia. Pero hay tam­bién los que optan por el camino del mal. Cier­ta­mente pasa­rán por la severa clí­nica de Dios en caso de encon­trar mise­ri­cor­dia a sus maldades.

No hay esca­pa­to­ria: tene­mos que esco­ger qué camino cons­truir y cómo seguir por él, sabiendo que «vivir es peli­groso» (Gui­ma­rães Rosa). Pero nunca lo hace­mos solos. Con noso­tros cami­nan mul­ti­tu­des, soli­da­rias en el mismo des­tino, acom­pa­ña­das por Alguien lla­mado: “Emma­nuel, Dios con nosotros”





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