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Cierta mañana cada neoyorquino que tomaba el metro en la estación de la calle Manhattan, a la altura del número 110, podía leer sobre un muro un grafiti con esta inscripción: «Dios ha muerto –Nietzsche». Días después, otro transeúnte escribió debajo: «Nietzsche ha muerto –Dios». Es muy posible que los que leyeron esas dos inscripciones se sintieron obligados a reflexionar sobre su contenido.
La primera frase es la afirmación de un hombre, filósofo renombrado, que rehúsa la existencia de Dios. Aunque sabio en su propia estima y la de sus contemporáneos, figura en la larga lista de todos aquellos a quienes la Biblia llama “necios”. Su ejemplo confirma lo que leemos en 1 Corintios 1:21: “El mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría”. Sin embargo, la creación y todas sus maravillas son por sí mismas una prueba de ello. “Porque las cosas invisibles de él (Dios), su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Romanos 1:20).
La segunda frase es la respuesta del Creador, solemne e ineludible. La sentencia de Génesis 2:17: “Ciertamente morirás”, siempre se ha cumplido. ¿Creer a Nietzsche o a Dios? Su eterno porvenir depende de su elección.
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