No temas, porque yo te redimí. – Isaías 43:1.
Fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir… no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo. – 1 Pedro 1:18-19.
El pequeño Carlos había pasado horas construyendo un magnífico modelo de velero: esculpió el casco en un palo, hizo los mástiles y las velas (con la ayuda de su mamá). Finalmente un día acabó el velero. Sólo faltaba probarlo en un canal muy cercano. Fue un éxito: la brisa hinchó las velas y ¡el velero zarpó! Pero, de repente, tres muchachos atrevidos empujaron a Carlos, se apoderaron del velero y huyeron con él. ¡Qué tristeza y desconcierto!
Algunos días más tarde, al pasar frente a la tienda de un revendedor, Carlos quedó estupefacto. ¡Su barco estaba expuesto en la vitrina! Entonces dijo al vendedor: –Señor, ese es mi barco, yo lo hice; devuélvamelo, por favor. –Sí, joven, respondió el comerciante, cuando me hayas pagado el precio indicado, porque yo lo compré a unos muchachos la semana pasada. Los padres de Carlos se alegraron ante la posibilidad de recuperar el barco y le dieron la suma indicada. ¡Él se precipitó a la tienda y compró su precioso barco!
Este relato nos recuerda nuestra propia historia. Dios creó al hombre. Es su obra. Pero ese hombre, al desobedecer a Dios, se hizo esclavo de Satanás. Para rescatarnos, Dios pagó el más elevado precio: dio a su Hijo Jesucristo para expiar el pecado que nos separaba de Dios. Por la fe en la obra de Jesús, cada uno puede no sólo volver a hallar esa relación de pertenencia con su Creador, sino conocer a Dios como Padre y a Jesucristo como Redentor.