Alguien me preguntó, no hace mucho, qué demonios era eso de encontrarse a uno mismo. Cabe explicar que esa persona había tomado, no hacía demasiado tiempo, una decisión importante. Era con diferencia una de las decisiones personales con mayor trascendencia que había tomado en toda su vida. Iba a abandonarlo todo: amigos ocupadísimos, trabajo fustrante, ciudad ruidosa, familia absorbente… para empezar de nuevo, lejos de todo y de todos.
Era evidente que muy buenas críticas no iba a tener. Es normal. Hay personas, sobre todo en esta ciudad, que si les pones las cartas boca arriba acerca de todas las cosas de las que pueden prescindir, empiezan a hiperventilar. De todos modos, alguien le dijo algo que no se esperaba: “Por fin tendrás la oportunidad de encontrarte a ti misma”
“¿Qué me quiere decir con eso?” “¿Es que alguna vez me he perdido?”
¿Y yo cómo se lo explico? ¿De qué manera acallo a ese gen masculino revoltoso que me obliga a solucionar todos los males de la humanidad? Creo que he dado, si no con la solución, con una de ellas.
Te encuentras cuando eres dueño de tus decisiones y de tus actos por encima de cualquier chantaje emocional de medio pelo.
Te encuentras cuando dejas de acomplejarte de ti mismo y dejas de dar explicaciones por cada paso que das.
Te encuentras cuando dejas de acomplejarte por tu pasado, cuando dejas de fustrarte por tu presente y cuando el futuro deja de producirte ansiedad.
Te encuentras cuando miras alrededor y el sentimiento de envidia ha dado paso al de compasión.
Te encuentras cuando das por sentado que nadie es mejor que tú y entiendes sin angustias que no eres mejor que nadie.
Te encuentras cuando eres capaz de ponerte el mundo por montera y no miras a tu alrededor para ver quién te está observando.
Te encuentras cuando te ves a ti mismo entregando sin reservas lo que en otro tiempo hubieras sido incapaz de ofrecer.
Cuando sabes lo que quieres sin el menor resquicio de duda y cuando rechazas lo que no quieres, sin ningún tipo de tregua.
Reconozco que no es facil, pero merece la pena. Considerémoslo el nirvana occidental. La postura del loto podría deribar en un desplome sobre la hierba y la meditación en una charla con los amigos, o en la vista de un amanecer.