Laberinto de hierro y de cemento
circunda tu figura arrebatada,
perdida en las aristas de sus ángulos.
Una pregunta daña mi cerebro,
martillea el silencio lapidario:
¿Dónde estás? ¿Dónde estás?
La ciudad se agiganta ante mis ojos,
¡crece!, ¡crece!, se agranda con mi angustia,
me inunda, me desborda, me derrama.
Te imagino indefenso, hastiado, solo,
sumergido en la masa informe, extraña.
¿Dónde estás? ¿Cómo estás?
El teléfono yace mudo, esquivo,
falta esa voz cordial que tranquiliza.
Podría interrogar al orbe entero
dónde estás esta noche del desvío.
¡Sé la respuesta fácil desde el hielo!.
¿Cómo estás? Si es que estás...
Merodea la duda tenebrosa
y se instala en mi barro aterecido.
El temor se apodera de mi mente
sintiendo al monstruo urbano con farolas
de palidez letal, ¡que crece y crece!.
Si es que estás... ¿Dónde estás?
La ciudad alienígena te abraza,
me ahoga el desamparo de sus brazos.
El vértigo del pánico aúlla, ruge,
y una furia interior encadenada
me golpea incesante y me destruye.
¿Dónde estás? ¿Cómo estás?
Son millones los tontos visionarios
que buscan luz de sol en las luciérnagas,
torpe fauna temblando en las esquinas,
despojos de corceles extraviados
que en ficticios parajes se extasían.
¿Cómo estás? Si es que estás...
Joven muerte avizora por las calles,
viles encrucijadas geométricas.
Oigo un fragor de coches que recorren,
con su carga de espectros sepulcrales,
los túneles a riesgos seductores.
Si es que estás... ¿Dónde estás?
Y yo espero, espero tu llegada,
o acaso espero el día del dolor,
y por los muros gruesos, sofocantes,
desciende irracional turbia alborada
pariendo lejanías, soledades.
¿Dónde estás? ¿Cómo estás?
Sigue la inmensidad incontrolable,
sigue la frialdad de la materia,
sigue este laberinto, este hormiguero
que me atrapa, hijo amado, y me atenaza
la impotencia, el martirio, el desaliento
de este vivir así, sin saber nada.
¿Cómo estás? ¿Dónde estás? Y si es que estás...