El mar castiga el clamor de las botas en seco
que pasan sin miedo de pisar ea los rostros,
a aquellos que besándose sobre la arena lisa
toman formas de conchas de dos en dos cerradas.
El mar bate sólo como un espejo,
como una ilusión de aire,
ese cristal vertical donde la sequedad del desierto
finge un agua o un rumor de espadas persiguiéndose.
El mar, encerrado en un dado,
desencadena su furia o gota prionera,
corazón cuyos bordes inundarían al mundo
y sólo pueden contraerse con su sonrisa o límite.
El mar palpita como un vilano,
como esa facilidad de volar a los cielos,
aérea ligereza de lo que a nada sustenta,
de lo que sólo es suspiro de un pecho juvenil.
El mar o pluma enamorada,
o pluma libertada,
o descuido gracioso,
el mar o pie fugaz
que cancela el abismo huyendo con un cuerpo ligero.
El mar o plamas frescas,
las que con gusto se ceden en manos de las vírgenes,
las que reposan en los pechos olvidadas del hondo,
deliciosa superficie que un viento blando riza.
El mar acaso o ya el cabello,
el adorno,
el airón último,
la flor que cabecea en una cinta azulada,
de la que, si se desprende, volará como polen.