El poderoso viento Invisble hasta que golpea tu rostro, juega con los cabellos y provoca el destrozo de paraguas a diestra y siniestra. También permite una curiosa manera de divertirse, al enfrentarlo con la cara descubierta y sentir sus ondas recorrer las facciones, rodearlas como esquivando un obstáculo. Es el viento, o los hijos de Eolo: Bóreas (viento del norte), Noto (el del sur), Céfiro (viento del oeste) y Euro (ráfaga del este).





Dioses del viento griegos
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En la mitología griega, los Anemoi (en griego antiguo Άνεμοι, ‘vientos’) eran dioses del viento, que se correspondían con los puntos cardinales desde los que venían sus respectivos vientos y que estaban relacionados con las distintas estaciones y estados meteorológicos. A veces eran representados como simples ráfagas de viento y otras se les personificaba como hombres alados, e incluso en ocasiones tomaban la forma de caballos encerrados en los establos de su señor y gobernante, Eolo, que reside en isla de Eolia,[1] si bien también los demás dioses, especialmente Zeus, ejercen poder sobre ellos.[2] Según Hesíodo los vientos beneficiosos —Noto, Bóreas, Argestes y Céfiro— eran hijos de Astreo y Eos, y los destructivos lo eran de Tifón.[3]
Homero ya menciona a los cuatro vientos principales: Bóreas, el viento del norte que traía el frío aire invernal; Noto, el viento del sur que traía las tormentas de finales del verano y del otoño; Céfiro, el viento del oeste que traía las suaves brisas de la primavera y principios del verano; y Euro, el viento del este, que no estaba asociado con ninguna de las tres estaciones griegas y es el único de estos cuatro que no se menciona en la Teogonía de Hesíodo ni en los himnos órficos. Bóreas y Céfiro suelen ser mencionados juntos en Homero, al igual que Euro y Noto.
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