El poeta se despide de los pájaros
Poeta provinciano, pajarero, vengo y voy por el mundo, desarmado, sin otrosí, silbando, sometido al sol y su certeza, a la lluvia, a su idioma de violín, a la sílaba fría de la ráfaga.
Sí sí sí sí sí sí, soy un desesperado pajarero, no puedo corregirme y aunque no me conviden los pájaros a la enramada, al cielo o al océano, a su conversación, a su banquete, yo me invito a mí mismo y los acecho sin prejuicio ninguno: jilgueros amarillos, tordos negros, oscuros cormoranes pescadores o metálicos mirlos, ruiseñores, vibrantes colibríes, codornices, águilas inherentes a los montes de Chile, loicas de pecho puro y sanguinario, cóndores iracundos y zorzales, peucos inmóviles, colgados del cielo, diucas que me educaron con su trino, pájaros de la miel y del forraje, del terciopelo azul o la blancura, pájaros por la espuma coronados o simplemente vestidos de arena, pájaros pensativos que interrogan la tierra y picotean su secreto o atacan la corteza del gigante o abren el corazón de la madera o construyen con paja, greda y lluvia la casa del amor y del aroma o jardineros suaves o ladrones o inventores azules de la música o tácitos testigos de la aurora.
Yo, poeta popular, provinciano, pajarero, fui por el mundo buscando la vida: pájaro a pájaro conocí la tierra; reconocí dónde volaba el fuego: la precipitación de la energía y mi desinterés quedo premiado porque aunque nadie me pagó por eso recibí aquellas alas en el alma y la inmovilidad no me detuvo.
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