ODA A UNA LAVANDERA NOCTURNA
Pablo Neruda, poeta chileno
Desde el jardín, en lo alto, miré la lavandera Era de noche. Lavaba, refregaba, sacudía, un segundo sus manos brillaban en la espuma, luego caían en la sombra, Desde arriba a la luz de la vela era en la noche única viviente, lo único que vivía: aquello sacudiéndose en la espuma, los brazos en la ropa, el movimiento, la incansable energía: va y viene el movimiento, cayendo y levantándose con precisión celeste, van y vienen las manos sumergidas, las manos, viejas manos que lavan en la noche, hasta tarde, en la noche, que lavan ropa ajena, que sacan en el agua la huella del trabajo la mancha de los cuerpos, el recuerdo impregnado de los pies que anduvieron, las camisas cansadas, los calzones marchitos, lava y lava, de noche.
La nocturna lavandera a veces levantaba la cabeza y ardían en su pelo las estrellas porque la sombra confundía su cabeza y era la noche, el cielo de la noche la cabellera de la lavandera, y su vela un astro diminuto que encendía sus manos que alzaban y movían la ropa, subiendo descendiendo, enarbolando el aire, el agua, el jabón vivo, la magnética espuma.
Yo no oía, no oía el susurro de la ropa en sus manos, Mis ojos en la noche la miraban sola como un planeta. Ardía la nocturna lavandera, lavando, restregando la ropa, trabajando en el frío, en la dureza, lavando en el silencio nocturno del invierno, lava y lava, la pobre lavandera
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