Mientras la tarde se va casi sin darme cuenta, busco algo interesante que hable de mi pueblo y de mi raza, uno de mis poetas favoritos es Elicura Chihuailaf, pero encontré este texto que me parece muy hermoso en él Elicura trasmite toda la belleza y simplicidad de mi pueblo, este provincianismo que me enamora en cada despertar, aquí donde los atardeceres son calmos mientras nos bebemos en silencio un tibio mate, pero no son mis palabras las que quiero que leías, aquí las adjunto:
Si es así ¿entonces lograr imágenes que no alcancen la categoría de “moderna” es un mérito? Las fotografías de Héctor González afirman la diversidad y también, me parece, “la complejidad infinitas de lo real” (la amplían). Son fotografías que a nosotros nos reafirman la siempre urgente necesidad / obligación de mirar nuestro entorno, y que a Héctor le permitieron cumplir su objetivo de Recordar, y de “colgar” –literalmente además- esos recuerdos no sólo en Cunco, el pueblo en el que transcurrió su infancia, sino en otros pueblos y ciudades de nuestra Región Mapuche y de otras regiones del país.
En la fotografía late el misterio del recuerdo. Ante la imagen de un niño y su trompe (el instrumento musical del amor), y la imagen de un Rewe presidiendo el Gillatuwe / Lugar de Rogativa, y de los abrazos, y de la muchachita coronada de hojas..., me estoy diciendo: Naqkelley ga antv ka iñche leliniyekellen pu vñvm ñi awkantun ka feychi fitrun tripalen kvtral mew pvralen wenu pvle. Tayiñ pu che mañumkellefi ga Gvnechen kvmeke kogi mew ka iñche mvyvzkvlen kimfalnochi pvramyewvn mew. Pvrvm akulleay rimv antv Itro Fill Mogen mew, welu ñi pu pvllv zew ga mvlellefuy iñche ñi piwke mew. Gefvñ ka pu koqvll fey lle ga afvyechi fvn, welu ñi poyen mvlellefuy ñi llazken rayvlefel. Fey mew, ellkalen –rvfgen ka Pewma- mvllefuy ga chi vllcha, llvkish kintuniyeetew. Caía la tarde y yo mirando el juego de las aves y el humo que desde los fogones remontaban para el cielo. Nuestra gente agradecía a Genechen las buenas cosechas, y yo estremeciéndome con el insondable secreto de la ceremonia. El otoño sería pronto en la Naturaleza, pero sus espíritus ya estaban en mi corazón. Las avellanas y kowlles eran frutos maduros, mas mi amor permanecía tristemente florecido. En él, oculta –realidad y Sueño- estaba mi muchacha, de reojo mirándome. En la esperanza Azul de la Tierra, refugiando mi mirada, yo no la veía casi, pues así había de ser me dijeron mis abuelos y me dijeron mis padres. Pero también quería correr y cogerle sus manos y respirar en sus ojos, en sus ojos, hasta que mis antiguas heridas tocaran las suyas... Recuerdo: Detrás de la montaña la Luna Llena dio sus primeros destellos y -junto al fogón- a los lejos mirándome, vi otra vez a mi muchacha, en su baile inventando suaves, tan suaves melodías para mí. De dicha colmó mi alma mi muchacha en ese anochecer de Gillatun. Más allá de las nubes, en las montañas del cielo, los cantos se coreaban resplandecidos por la luz de los Antepasados. Pero la Luna no sonreía. Y yo entonces, sin comprender por qué, lloraba. Lloraba.
Y las fotografías de Héctor se siguen desplegando en el aire de la memoria: la herida terrible de Chile, los desaparecidos; las nubes de Reigolil; una tejedora en la alquimia de teñir sus lanas; la nostalgia de un terminal de buses; un zapatero rodeado de los aromas embriagadores de nuestra infancia; un Lonko con toda la textura de la Tierra en su rostro (y sin duda, la sabiduría); y qué decir, la actualidad tan vigente del bar clandestino; la madera construyendo el guiño de la amistad en las bicicletas; la araucaria, la dignidad del bosque cordillerano; el palin; el olvidado poste del lejano telégrafo; el aserradero y la estación y la tornamesa abandonados, una pequeña y maravillosa flor enterneciendo sus despojos; el telar y sus cantos, cuentos, consejos y adivinanzas; el patio de una casa con una gallina arrimada al árbol (su polluelo atisbando asustado la vida, su brevedad); el trafkinto, recuerdo del imprescindible intercambio de conocimientos y de la práctica de una economía humana; la niña en el lavamanos, impagable visión de la inocencia; el niño y la niña en un abrazo que nos recuerda que ellos / ellas son la única y verdadera felicidad; y aferrándose a este mundo, los jóvenes y el abrazo el beso intenso, irrepetible y fugaz (la Visión el ensueño maravilloso del contento. ¿De quién sino el aroma de la Tierra el abrazo? ¿El sabor del Agua el beso? ¿La textura del infinito? La Naturaleza es Anciana Anciano / Hija Hijo, cima y sima dialogando en armonía; me digo y les digo). Y más.
¿Es la ausencia de no haber estado o la ausencia de lo que ya no existe, la que alumbra y ensombrece la nostalgia que nos comunica Héctor a través de sus fotografías? ¿Una manera de decirnos aquí que recordemos que nos recordaba? ¿Una manera de quedarse para no seguir siendo parte de la ausencia y conversar con nosotros, y el paisaje, de su memoria de lo soñado y lo vivido en la distancia?
Su mirada, en profundo blanco y negro, nos retorna al dulce (sonriente) y a veces amargo lago del Silencio, pero que en todo caso nos regala siempre la maravillosa semilla de la Contemplación. ¿Cómo no agradecerle entonces a Héctor estas imágenes que conmueven nuestro espíritu? ¿Cómo no agradecerle estas imágenes que nos revelan la ternura y el destello de las gentes y de las cosas, briznas apenas en el misterio de la vida?
La Imagen es Palabra Poética, en ella nos quedaremos, es decir, en el corazón de los que amamos y nos aman…, y en estas fotografías. Mas, en ambos nos iremos borrando: poco a poco.
Rume mañvm ta ñi kvme wenvy Héctor González.
Elicura Chihuailaf Nahuelpan Kechurewe / Temuko / Kunko Región Mapuche, Luna de los Frutos
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