Por miedo a sufrir soledad, sufrís la tortura de una mala compañía.
Por miedo a sufrir el final de una relación, sufrís por años el infierno de una mala pareja.
Por miedo a sufrir las responsabilidades del adulto, sufrís de por vida el actuar como un niño inválido.
Por miedo a sufrir a causa de tus errores, sufrís las consecuencias de no comprometerte ni jugarte nunca.
Por miedo a sufrir el rechazo de los otros, sufrís en tu soledad y tu aislamiento sin salir nunca hacia el encuentro.
Por miedo a sufrir a que alguien no te quiera, te convertís en posesivo y lo único que conseguís es que todos te huyan y te quedes solo.
Por miedo a sufrir una relación sexual no bien lograda, sufrís por años la castración de una impotencia impuesta por vos mismo.
Por miedo a fracasar en tus proyectos, sufrís el terrible fracaso de no emprender ninguno.
Por miedo a que tu hijo dé un mal paso, lo convertís en un inmaduro y un sobreprotegido, incapaz de dar un paso por su cuenta.
Hay un temor al sufrimiento que es sano, porque funciona como una señal de alarma que suena a tiempo para que evites el dolor innecesario.
Pero hay un temor al sufrimiento que es enfermo, porque es como una alarma que suena todo el tiempo, que te impide vivir y te causa sufrimientos que podrías evitar.
Evita, entonces, el miedo innecesario.