La ciudad de la furia
Por: Andrew Chernin, desde Concepción
Después del terremoto, en Concepción no sólo hubo pánico. También hubo caos, saqueos, vecinos armados, toque de queda, salvoconductos y un contundente cuerpo militar que tomó el control de las calles. Una ciudad como en guerra. Donde el miedo adopta distintos rostros y se mezcla con la violencia. Aquí, sin exagerar, el miedo tiene hasta sonido.
El miedo suena. Y tiene distintos sonidos. Concepción, después del terremoto del sábado, tuvo la triste distinción de conocerlos todos. Cada una de sus variedades. Concepción, que hasta la madrugada del 27 de febrero estaba dentro de las tres ciudades más importantes de Chile, se vio convertida de un minuto a otro en Haití. O en lo que uno, lo suficientemente lejos de ese país, se imaginaría que es Haití. Con calles sucias. Con gente corriendo por las avenidas con bolsas, a veces repletas, a veces no tanto, de cosas que no son suyas. Que no habían comprado. Gente que corre con cosas que, si no hubiera sido porque el suelo se sacudió tan violentamente, no habrían sido suyas. Concepción, es jodido decirlo, no se parecía a Chile.
La ciudad, dos días después del terremoto, recibía al visitante con esa imagen. Todas las veredas estaban repletas de cajas y bolsas que, probablemente, habían salido de alguno de los supermercados que tenían cerca. Y esos supermercados estaban con los vidrios rotos, con las puertas pateadas y forzadas y despojados de cualquier cosa. El lunes primero de marzo, poco antes de la hora de almuerzo, Concepción era un lugar inusualmente frío y nublado, donde los policías que habían salido a la calle sólo podían ver cómo las turbas se movían. Turbas que no eran delincuentes encapuchados, sino familias que salían enteras. A buscar leche. A buscar ropa. Y con demasiada frecuencia, a buscar otras cosas también.
El día en que marzo partió, Concepción era como uno piensa que sería la anarquía. Con autos desplazándose lo inimaginable por bencina, pero sobre todo con gritos. Porque así suena el miedo cuando nadie puede frenarlo. A gritos y a corridas en la calle.
Pero antes de todo eso, hubo silencio.