PALOMITAS DE MAÍZ
Las rosetas que no pasan por el fuego continúan siendo granos para siempre.
Lo mismo sucede con las personas. Las grandes transformaciones suceden cuando pasamos por el fuego.
Aquellos que no pasan por el fuego, permanecen la vida entera de la misma forma.
Son personas con una dureza y un marasmo asombrosos.
Solamente que ellas no lo perciben y creen que su forma de ser, es la mejor forma de ser.
Pero, de repente, llega el fuego. El fuego es cuando la vida nos lanza a una situación que nunca imaginamos: el dolor.
Puede ser fuego del exterior: perder un amor, perder un hijo, el padre, la madre, perder el empleo o volverse pobre.
Puede ser fuego desde dentro: pánico, miedo, ansiedad, depresión o sufrimiento, cuyas causas ignoramos. Hay siempre un recurso como remedio:
¡Apagar el fuego!
Sin fuego el sufrimiento disminuye y también, con ello, la posibilidad de una gran transformación.
Imagino que las pobres rosetas, encerradas dentro de la olla y poniéndose cada vez más caliente allí adentro, piensan que su hora llegó: van a morir.
Dentro de su dura cáscara, encerradas en sí mismas, no pueden imaginar un destino diferente para sí mismas.
No pueden imaginar la transformación que está siendo preparada para ellas.
Las rosetas no imaginan aquello de lo que son capaces.
Y allí, sin previo aviso, la gran transformación sucede por el poder del fuego: ¡BUM! ¡BUM! ¡BUM! ...
Y aparecen como otra cosa completamente diferente, algo que ellas nunca habían soñado.
Bien, pero aún tenemos las rosetas malogradas, que son los granos de maíz que se rehúsan a reventar.
Son como aquellas personas que, por mucho que el fuego caliente, se rehúsan a cambiar.
Creen que no puede existir algo más maravilloso que su forma de ser. El orgullo y el miedo son la dura cáscara de las rosetas que no revientan.
Sin embargo, su destino es triste, pues permanecerán duras la vida entera.
No van a transformarse en una flor blanca, suave y nutritiva.
No van a darle alegría a nadie.
Autor desconocido