Esto sucedió haace mucho tiempo, en los días en que los animales no se comían unos a otros. Todos se alimentaban de hierbas, frutos y granos.
Vivían muy en paz la torcaza y el gavilán, el gato y el ratón, la zorra y el conejo, el venado y el lobo.
De entre todos los animales, el jaguar destacaba por su hermosa figura y su abrigo de piel amarilla. Donde quiera que iba, siempre presumía su abrigo. A cada rato lo limpiaba con la lengua. Con mucha dedicación y orgullo quitaba cualquier polvo, lana o manchita de lodo.
Una tardecita, el jaguar estaba jugando con una bola de changos y en el relajo, a uno de ellos se le ocurrió aventarle un mamey muy maduro. ¡Zaz!, le pegó de lleno en el lomo, dejándole una mancha. Enojado porque le ensució su abrigo, el tigre le tiró un zarpazo. Al pobre chango le colgaban las tiras de piel desde el cogote hasta la rabadilla. Como le gustó el olor a sangre, el felino arrastró al mono al interior de la selva y lo devoró.
Gritando y chillando, los demás changos corrieron a acusar al jaguar con el señor del monte. El señor del monte era quién mandaba la vida en la selva.
Él, prometió castigarlo y dijo a los monos:
- Suban a esos árboles de ahuacatillos y cuando pase el jaguar, arrójenle la fruta; la marca no se quita y así la piel quedará manchada para siempre. Como es muy presumido será su peor castigo.
El señor del monte ordenó a los jabalíes sacar al felino de su escondite. Cuando pasó por debajo del árbol, cayó sobre él una granizada de ahuacatillos, echando a perder su hermosa piel.
Y se cuenta que, desde entonces, el jaguar se volvió pinto.
El jaguar nunca olvidó lo que le hicieron los monos y los jabalíes, por eso, son su alimento preferido.
Pero para que le costara trabajo atraparlos, el señor del monte les hizo nacer una cola a los monos, para que huyeran por las ramas. A los jabalíes les dio una piel gruesa y resistente y les dijo que anduvieran en manadas para defenderse mejor.