CORRER NO ES VIVIR
La modernidad con todo y sus ventajas de comodidad y mejoría comunicativa, nos está sumiendo en un problema tragicómico: cada día hablamos más de todo y decimos menos de algo en especial. Abordamos cien temas y no profundizamos en ninguno. Vivimos acelerados y estamos dejando de vivir con plenitud.
Cada día leemos menos y cada día dejamos de aprender palabras o bien olvidamos unas cuantas. Y no es culpa nuestra, aclarémoslo: es el ritmo de los tiempos, la velocidad, la urgencia de ir de prisa, olvidando a veces que, como una canción de José Alfredo afirma "no hay que llegar primero, sino que hay que saber llegar"...
¿Qué debemos hacer? Entender los tiempos que vivimos. Comprender que necesitamos alimentarnos mejor y hacer gimnasia, pero no sólo con el estómago y los pies, sino con el cerebro y el alma. Vivir de prisa nos da la sensación de vivir mucho. ¡Cuidado! No es lo mismo agitarse mucho que avanzar algo.
El tiempo que tenemos cada día, hay que organizarlo con cuidado y con sencillez. Darse tiempo para todo, es el secreto. Aún se recuerda la fórmula básica: el día tiene 24 horas, ocho para trabajar, ocho para divertirse, ocho para dormir.
Pero... ¿dónde andamos nosotros a veces? ¡Trabajando 13 horas, durmiendo cuatro y enojándonos las horas restantes... ¡qué mal negocio!
La vida hay que entenderla bien para vivirla bien. La nutrición del espíritu, de nuestros afectos personales y de familia, es tan importante como los negocios o los pendientes por resolver.
Sólo de un equilibrio entre hacer y pensar, nace una vida que se disfruta, una vida que lejos de acelerarse para sentirse bien, se relaja y detiene a contemplar cómo pueden ser mejor las horas que quedan de este día...