Nada turba mi ser, pero estoy triste. Algo lento de sombra me golpea, aunque casi detrás de esta agonía, he tenido en mi mano las estrellas.
Debe ser la caricia de lo inútil, la tristeza sin fin de ser poeta, de cantar y cantar, sin que se rompa la tragedia sin par de la existencia.
Ser y no querer ser? esa es la divisa, la batalla que agota toda espera, encontrarse, ya el alma moribunda, que en el mísero cuerpo aún quedan fuerzas.
¡Perdóname, oh amor, si no te nombro! Fuera de tu canción soy ala seca. La muerte y yo dormimos juntamente? Cantarte a ti, tan sólo, me despierta.
Y la sacerdotisa habló de nuevo: Háblanos de la Razón y la Pasión. Y él respondió, diciendo: Vuestra alma es, a veces, un campo de batalla sobre el que vuestra razón y vuestro juicio combaten contra vuestra pasión y vuestro apetito. Desearía poder ser el pacificador de vuestra alma y cambiar la discordia y la rivalidad de vuestros elementos en unidad y melodía. Pero, ¿cómo lo haré a menos que vosotros mismos seáis también los pacificadores, no, los amigos, de todos vuestros elementos? Vuestra razón y vuestra pasión son el timón y las velas de vuestra alma viajera. Si vuestras velas o vuestro timón se rompieran, no podríais más que agitaros e ir a la deriva o permanecer inmóviles en medio del mar. Porque la razón, gobernando sola, es una fuerza limitadora y la pasión, desgobernada, es una llama que se quema hasta su propia destrucción. Por, lo tanto, haced que vuestra alma exalte a vuestra razón a la altura de la pasión, para que cante. Y dirigid vuestra pasión con el razonamiento, para. que ella pueda vivir a través de su diaria resurrección y, como el ave fénix, se eleve de sus propias cenizas. Desearía que consideraseis vuestro propio juicio y vuestro apetito como dos queridos huéspedes. No honraríais, con seguridad, a uno más que al otro; porque quien es más atento con uno de ellos pierde el amor y la fe de ambos. Entre las colinas, cuando os sentéis a la sombra fresca de los álamos, compartiendo la paz y la serenidad de los campos y praderas distantes, dejad que vuestro corazón diga en silencio: "Dios descansa en la razón." Y, cuando llegue la tormenta y el viento poderoso sacuda el bosque y los truenos y relámpagos proclamen la majestad del cielo, dejad a vuestro corazón decir sobrecogido: "Dios se mueve en la pasión." Y, ya que sois un soplo en la esfera de Dios y una hoja en el bosque de Dios, deberíais descansar en la razón y moveros en la pasión.