"Percibo en tus palabras la fragancia de lejanos rosales, adentrándose en mí por cada poro, y la clásica, pura, resonancia de violines en tardes otoñales, o de flautas al pie del sicomoro. Sigue hablándome así, que escucharía en éxtasis de piel tu melodía." Francisco Álvarez Hidalgo.
"Tengo la suave brisa de la Nueva Energía, que me acaricia entera…y que me hace temblar…; me estremece en espasmos de loca algarabía…, y me transporta a un reino sin tiempo ni lugar…
Tengo una brisa suave...¡ y la dejo soplar...!
¡Que grandioso que sería si por saludo sincero, en lugar de usar “¡buen día!”, nos dijéramos “¡te quiero!”
Un “te quiero” es la argamasa del afecto verdadero: ¡quién no baja sus corazas al escuchar un “te quiero”!
¡Quién no esboza una sonrisa que lo alumbra por entero, y que se esparce en la brisa con aroma a duraznero!
Un “te quiero” va diciendo: “¡te reconozco, viajero…, que en el tren en que estás yendo, vamos juntos, compañero…!
Y te celebro…y te canto…, y te honro…y te venero…: ¡somos las hebras de un Manto que tejió el mismo Hilandero!
Y me río con tu risa…, con tu dolor desespero…, y me apuro con tu prisa…, porque sí…, ¡porque te quiero…!”
Cada “te quiero” nos une en un sentir duradero: ¡nos amalgama y reúne como arcillas de alfarero!
Los otros, ya no son “otros”: no hay segundos…, ni hay primeros… ¡que todos somos “nosotros” cuando decimos “te quiero”!
¡Imagina si en los bares…, oficinas, merenderos, en la calle, en los hogares… y por todos los senderos…,
con manifiesta alegría, y con cariño sincero, en vez de decir “buen día”…, nos dijéramos “te quiero”…!