Cada vez que te cruzas con un hermano, hay tres cuerdas que puedes pulsar en él…, y según la que toques, será tu mano, la que le asigne uno…u otro papel…
Si en tu actitud lo juzgas, tal vez, de necio, -haciéndole sentir que no es querido-, al pulsar esa cuerda de tal desprecio, ¡sólo obtendrás un áspero chirrido!
Y si tu impronta es fría…o indiferente…, pulsarás en el otro su cuerda gris…, y el sonido que obtengas del que está enfrente, ¡tendrá las oquedades de ese matiz…!
Pero si tu, con gesto dulce y seguro, pulsas su cuerda noble y angelical, el sonido que escuches será tan puro ¡como una campanilla de cristal!
Hallamos en el otro, eso que somos…, y esa música ignora toda distancia…, y el tiempo no la afecta ni por asomo… ¡porque vibra tan sólo por resonancia!
Los sonidos, amigo, que te rodean… ¡tu los has propiciado por inducción!, que la cuerda que pulsas -sea la que sea-…, ¡primero la pulsaste en tu corazón!
(Y si aquella que tocas con más frecuencia, es la misma que en ti va predominando…, dime, querido hermano…: con tu presencia…, ¿qué música, a tu paso…, vas convocando…?)