El otoño desnudo
Atrás quedó el verano! Hace unos días, en el Hemisferio Norte, ha comenzado el otoño. Una estación que presagia la desnudez de los árboles, el inicio del desapacible frío, las primeras nevedas... la antesala del invierno! Y como las demás estaciones del año, el otoño se va despacio, sin hacer apenas ruido... como lo hace todo en nuestro Universo! Lo nuevo que trae consigo lo hace con pequeños cambios cotidianos que configuran, día a día, la nueva estación que llega. Cambios sutiles, casi imperceptibles, que solo pueden ser captados por un corazón inquieto o un alma bien despierta. Colores que, hora a hora pasan del pardo al amarillo y de éste al rojo... hasta que, con la llegada del frio, las hojas de los árboles caigan al suelo y formen ese tapiz multicolor que protege a la tierra de las inclemencias del tiempo!
Solo el ser humano ansía celebrar todo lo nuevo, lo diferente, lo innovador en su vida, aunque no sepa su sentido! Celebramos el nacimiento, la mayoría de edad, la unión de la pareja, la muerte! La Naturaleza, mientras, se conforma con su silencioso devenir y con el sentido que, en su sino imperturbale y eterno, tiene su pausado movimiento! Porque en ella -como en nuestra propia vida- todo fluye y dura lo que tiene que durar! ¿Celebramos un rayo o un trueno, en una noche de tempestad? ¿Celebramos la llegada de cada nueva ola a la playa? ¿Celebramos ese primer rayo de sol matinal en nuestra retina? Parece ser que solo pretendemos celebrar lo que dura en el tiempo, lo que tiene nombre, lo que creemos merece ser recordado... y obviamos otras tantas cosas bellas que acontecen en nuestro día a día, en silencio, tal vez incluso a distancia! Celebramos un abrazo tras una ausencia prolongada, un beso cuando es el primero, un apretón de manos para celebrar un presunto y próspero negocio... pero olvidamos demasiado a menudo miles de gestos, de ínfimos detalles que inundan nuestro día a día!
Y, seguramente, estos aparentemente insignificantes detalles que nos rodean podrían hacernos valorar más la vida, evitar la rutina y buscar ese algo para celebrar y sentirnos bien, haciéndolo cada día! Mirar no es ver, como apreciar no es solo saber! Ver es sorprenderse y ser consciente de lo que pasa alrededor nuestro, por ínfimo que sea. Ver es captar esa mueca, esa palabra silenciada, descubrir en cualquier instante o lugar algo que nos sorprenda! Y apreciar es darle valor a todo eso que parece no tener valor para nosotros, como un guiño, una mueca o un ademán de alguien cercano a nosotros o esa la luz de una vela que alumbra todo un cuarto a oscuras! Ver y apreciar, entonces, se convierten en un arte y nos permiten admirar lo que conocemos y lo que desconocemos de nuestra vida! Admirar es saber ver la belleza en cada persona, en cada momento y en cada rincón de nuestra vida! Y saber que hay Algo detrás de cada detalle, algo capaz de sobrecojernos, de emocionarnos... y hacernos sentir bien vivos!
Reflexiona por un instante en los miles de detalles que se escapan a tu vista, a tu conocimiento, a tu sabiduría. Todo eso e incluso lo que no eres consciente de haber vivido, conforman, de igual modo, nuestro día a día! Puedes probar de almacenarlo en tu memoria, pero bastarán unos años para que ésta falle y apenas seas capaz de reconocer lo vivido! Entonces ¿por qué tanto alboroto por lo mal vivido, lo sufrido? Si, como lo agradable, se diluirá en el tiempo, dejando solo la presencia del sentimiento que provocó! Así, el otoño no es más que esa presencia pasada que se deshoja, hoja a hoja... hasta dejar desnudo y esencial el tronco y sus ramas desarboladas. Pero, en su interior, sigue la vida... hasta que, desde la desnudez del próximo invierno, nazcan los nuevos brotes primaverales de hojas jovenes, verdes y recias! No te lamentes, esa desnudez otoñal y pasajera de los árboles -como todo en la Naturaleza- es necesaria y no durará siempre! Desnudo, desaparece lo supérfluo y solo queda la verdadera esencia! Admira el tronco, recuéstate en él, porque en su interior aún hay vida... Disfruta de los cambiantes colores otoñales, saborea el frío de la mañana, observa el movimiento constante de las nubes, mójate bajo el chaparrón imprevisto, pisa el primer manto de nieve que te encuentres... y piensa -o mejor, siente- que la calidez, el color y la belleza en tu vida la pones tú, a tu paso, en silencio y siempre que seas capaz de admirar lo esencial, que te rodea y te conmueve!
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