Empezaba a quererte los lunes. Los martes, conseguía comprender que estabas cansada de los lunes. Los miércoles comenzaba a preparar el terreno de los viernes. Los jueves, apenas volvías del trabajo, te preparaba una cena baja en calorías. Los viernes recogía los frutos de los miércoles y acabábamos en una pensión mediocre, donde las sábanas olían a otros, pero tu cuerpo solo a ti. Los sábados terminaba de quererte y me preocupaba de mi. Los domingos nunca tuvieron objetivo, por eso parecíamos dos fantasmas que se tropiezan en el pasillo.