En Navidad se critica a menudo la actitud consumista de los niños y sus peticiones sin medida. Se olvida, sin embargo, que ellos son muy receptivos y vulnerables a la opinión y comentarios de adultos significativos como sus padres, abuelos o profesores. Y es justamente esa actitud adulta la que determina cómo experimentan los niños esta celebración. “Cada persona que tiene a cargo un niño debe preguntarse qué sentido tiene la Navidad para sí misma y de qué manera puede trasmitirla a ese menor”, indica Francisca Rivera, Psicología Clínica Infantil de la Universidad Andrés Bello.
El modo en que las familias viven la celebración es tan particular como los tipos de familias que existen. La especialista señala que las diversas realidades en términos de valores, costumbres, religiones, recursos económicos, momento de la vida, experiencias, entre muchas otras, marcarán el sentido particular que tenga cada Navidad.
Para los más pequeños una Navidad con sentido es aquella que sus padres o con quienes viven transmitan y vivan. No se trata entonces sólo de una idea, es una vivencia, recalca la especialista. Así por ejemplo, si para los padres la Navidad es un momento de encuentro, alegría, gratitud, “esto se podría expresar en un ambiente sereno y armónico, y si existen regalos, ellos deberían sería una expresión de esa calma, que es lo que el niño integra en su experiencia”, dice Rivera.
Por el contrario, si en la práctica hay mucha tensión emocional y física, poca serenidad, poca disponibilidad afectiva, culpa, y poca claridad de valores, difícilmente pueden los niños entender una “idea” de Navidad serena y feliz.
Sentido familiar
Aquel sentido familiar, se enfrenta muchas veces al impacto de la publicidad navideña, que sobreestimula a los niños a una enorme lista de regalos. ¿Cómo ajustar el impacto de esos estresores? Simplemente “prepararse y anticiparse, darse el espacio para reflexionar sobre la importancia de estar juntos en Navidad, discutirlo el resto de los familiares y con sus hijos”, aconseja la sicóloga Francisca Rivera.
Esa conversación, señala, debe ser acorde al momento evolutivo del niño. “Es distinto conversar con un niño de 4 años que con uno de 6 ó 9. En los más pequeños, por ejemplo, se puede usar un cuento para ilustrar lo que se quiere trasmitir, de modo de ir creando gradualmente una atmósfera navideña que contrarreste el impacto externo”, explica la experta.
Los regalos, sin embargo, son un tema muy complejo de manejar para los padres, porque depende de cómo experimentan la frustración de sus hijos y cómo son capaces de contenerla: “Muchas veces los padres viven la no gratificación de los deseos de sus hijos como una demostración de falta de amor o de generosidad, con la idea de que un padre que ama a su hijo haría lo imposible por cumplir sus deseos”, dice la sicóloga. Pero eso es un error.
Por eso, aconseja, no se debe confundir deseo con necesidad. “La gratificación de la necesidad es algo que beneficia el desarrollo. La satisfacción del deseo produce placer temporal y no necesariamente contribuye al desarrollo. Gratificar en todos los deseos a los hijos no los ayuda a aprender a vivir con las frustraciones, con la consideración de la realidad de los otros y con las restricciones. Por lo tanto, no es necesariamente una demostración de amor”, aclara.
El viejito pascuero
A todo ello se suma, dice la psicóloga, que en Navidad se produce una severa disparidad respecto a los regalos que reciben los niños. En los más pequeños surge entonces la pregunta ¿Por qué a él le regalaron lo que yo quería y a mí no? ¿Por qué el Viejo Pascuero no me trajo lo que yo quería y a mi vecino mil obsequios?
“Si seguimos la lógica de Pascuero –Juez, la respuesta es obvia con el consecuente impacto en el niño”, señala Rivera. Pero si los padres han meditado con sus hijos sobre el sentido más amoroso y trascendental de la Navidad, de algún modo preparan al niño, para evitarles ese dolor. Los pequeños dispondrán de recursos afectivos para enfrentarlo.
También es importante considerar que muchas de esas preguntas corresponden a cuestionamientos que los adultos se hacen frente a muchas diferencias económicas, sociales o valóricas. Por lo tanto, dice la experta, la respuesta también tendrá que ver con cómo hemos comprendido y lidiado con tales diferencias en nuestras propias vidas como adultos.
“A veces las vivencias han sido dolorosas y tratamos de proteger a nuestros hijos de tales dolores, compensando materialmente. La pregunta es si tal compensación, cuando es frecuente, ayuda realmente a nuestros hijos o más bien cargan con un conflicto que muchas veces no les pertenece”, concluye.