Cuando una abre los ojos al mundo cree que ser mujer significa ser agradable a los ojos de los hombres, frágil, protegida, traer hijos al mundo y criarlos. En el mundo moderno, se nos ha permitido el derecho a la planificación, al voto, al divorcio, a un título universitario, entre otras condiciones que para las jóvenes son inherentes a ellas, pero por las cuales cientos de mujeres perdieron la piel, y la vida también.
Hoy se cumplen cien años del inicio de la celebración del 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer. El génesis fue el 8 de marzo de 1911, aunque hay quienes señalan que fue en 1908.
El Día Internacional de la Mujer fue propuesto por Clara Zetkin en 1910, alemana que pertenecía al Sindicato Internacional de Obreras de la Confección, durante el Congreso Internacional de Mujeres Socialistas en Copenhague, Dinamarca.
Aunque existía una condición de género subyacente que había que revertir, el 8 de marzo fue seleccionado para conmemorar el género femenino, porque un día como ese, pero de 1857, más de un centenar de mujeres perecieron en el incendio de una fábrica en Nueva York cuando reclamaban reducción de la jornada laboral y la mejora del salario.
Gracias al activismo del movimiento feminista de aquella época, el voto femenino en Estados Unidos fue establecido en 1920. Veinte años después, la mujer dominicana logró sufragar, pero en condiciones precarias, pues fue una artimaña del dictador Rafael Leónidas Trujillo en busca de hacer creer que su régimen era democrático, pese a que sólo estaba legalizado un partido, el suyo.
Con la II Guerra Mundial (1939-1945), en los países industrializados se hizo necesaria la incorporación de la mujer al mercado laboral. El hombre y los hijos mayores de 16 años habían sido enviados a la guerra, y la economía tenía que continuar su curso para la subsistencia de las propias mujeres y los niños, pero además para poder mantener a los hombres en los frentes de combate.
Tras el regreso de los sobrevivientes a casa, la mayoría de las mujeres no quisieron volver a atender el hogar y a depender de sus parejas. Querían seguir siendo productivas, estudiar, ser independientes. Las faldas empezaron a escasear, y el pantalón tomó un nuevo significado para ellas.
Las universidades comenzaron a ser copadas por mujeres que además de desear un esposo e hijos, soñaban con ser profesionales. Por décadas, las familias costearon estos estudios, pero con la condición de que sus hijas colgaran sus títulos universitarios en la pared y continuaran atendiendo el hogar.
Sin embargo, ese esquema se fue resquebrajando y ya para el tercer cuarto del siglo XX la mujer se incorporó de manera profesional y formal al mercado productivo, aunque todavía vinculada a labores tipificadas como femeninas. Enfermería, magisterio y secretariado, eran las carreras más demandadas por el grueso de las mujeres. Tímidamente, algunas escogían medicina y derecho.
Cuando se incorporaron al mercado laboral, se dieron cuenta de que las condiciones de trabajo eran diferentes entre mujeres y hombres, especialmente en lo relativo al salario. El de ella era y es menor porque se considera un segundo ingreso en el hogar, un ingreso completivo, secundario. De ahí que muchas mujeres a través de la historia se han visto obligadas a realizar diversas actividades remunerativas colaterales, especialmente la venta formal e informal.
Aunque algunas han alcanzado puestos altos, como la presidencia, vicepresidencia, senadurías, diputaciones, dirección de consejos directivos, gerencias, arrastra el género muchos lastres, entre ellos el de la doble jornada laboral, es decir, el trabajo formal y remunerativo fuera del hogar unido al trabajo en el hogar: cocinar, lavar, atender a los hijos, ir a las reuniones del colegio, atender a los envejecientes y enfermos, etc.
Se habla de la independencia de la mujer, de la liberación de la mujer, del avance de la mujer en la sociedad. Sin embargo, los logros reales son pírricos. Bien pueden considerarse un premio de consolación.
En República Dominicana, la mujer que ha alcanzado el puesto más alto es la doctora Milagros Ortiz Bosch, quien fue vicepresidenta en el período 2000-2004, previamente había sido senadora por el Distrito Nacional en dos períodos.
Aunque aspiró a la candidatura presidencial en el 2000, 2004 y 2008, nunca logró la nominación de su partido, el PRD. Un techo de cristal se cierne sobre ella y sobre las demás mujeres que se han destacado por lograr avances significativos en sus profesiones, partidos o áreas. Al aspirar a la posición más alta, se dan cuenta de que está reservada para un grupo selecto, que usa corbata.
Más que celebrar el Día Internacional de la Mujer, es preciso luchar por una real y efectiva libertad de la mujer: Por la erradicación del analfabetismo, por la eliminación del trabajo infantil, por iguales condiciones de trabajo y por mejores oportunidades de trabajo, por la eliminación de la violencia contra la mujer y los infantes, en especial el feminicidio, por la no discriminación de la mujer en el sistema bancario, entre otras “anclas” que mantienen a la mujer subordinada a una sociedad dirigida por hombres, con muy escasa representación femenina, más no de género.
Patricia Báez Martínez