Por ELIZABETH ZUCARDI PORRAS
En tu vientre se gestó mi embrión y los ojos del Señor me vieron crecer, el te escogió para que mi ser se formara en ti, fue una sabia elección. En ti estaban todas las virtudes que Dios estaba buscando para que te convirtieras en la madre que yo necesitaba para existir, Él conocía tu corazón y sabía cuánto amor, dulzura y paciencia albergabas dentro de ti; era necesario que así fuera, porque esta labor iba a requerir de ti mucha entrega, sacrificio y abnegación. Me albergaste en tu seno los nueve meses requeridos por el Creador para que se completara mi ser. Y al fin nací, mis ojos vieron la luz, respiré profundamente hasta que de mi salió el primer llanto, que para ti fue el más dulce de los sonidos jamás escuchados, anunciaban la vida, el nacimiento del hijo esperado, que produjo en tí, el éxtasis maternal que solo se da en el momento del alumbramiento y te hizo olvidar el dolor, y las incomodidades del parto. Ahora solo importaba yo, me convertí en el centro de tu atención, el instinto materno broto al instante y tus brazos acunaron por vez primera a la pequeña criaturita que te había regalado Dios. Cuanta seguridad me brindaste, cuanta ternura había en tu abrazo, los latidos de tu corazón me arrullaban y me hacían sentir feliz, porque al fin pude ver tu rostro sonriente y tu dulce mirada me cautivó cuando vi en ellos el amor de Dios.
Dios no se equivocó al escogerte para que fueras mi mamá; ninguna otra se hubiese amoldado a mis necesidades como lo hiciste tú; me diste todo lo que un bebé requiere para vivir y aún más. Me diste amor del bueno, del que no pide nada a cambio, del que todo lo soporta, todo lo sufre y todo lo da. Y aún no se agota la fuente de donde viene todo ese cariño; tú sigues siendo madre, a pesar de los años pasados, de las angustias, los desvelos y sinsabores, de las decepciones y del sufrimiento. Cuando me viste caer, extendiste tus fuertes brazos para volverme a levantar; cuando estuve enferma me prodigaste todas tus atenciones; cuando lloraba, me consolabas; cuando reía, te gozabas conmigo; cuando sufría, tu gemías en silencio por mi dolor. Cuando me equivocaba esperabas que aprendiera la lección. Nunca podré olvidar todo lo que hiciste por mí; te llevo impregnada en todo mí ser, y te quiero agradecer por todo lo que sigues haciendo por mí. ¿Cómo lo lograré?, ¿tendrás que esperar cada año, en el día de las madres para que me escuches decirte cuánto te amo? ¡Sé que no! Tú no eres madre de un día, tú lo has sido todos los días de mi vida, y lo menos que puedo hacer es retribuirte todo lo que me has dado, prodigándote mis respetos, honrándote y bendiciéndote todos los días de mi vida.
Oro por ti, para que Dios te recompense tu labor, para que te dé salud y larga vida, para que traiga contentamiento a tu alma y regocijo a tu espíritu, para que te sientas feliz todos los días que el Señor te regala, acompañada de los seres queridos que de verdad te amamos.
A mi madre y todas las madres del Planeta.
¡Felicidades hoy y todos los días de sus vidas. Que Dios las bendiga!