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General: SOLILOQUIO DEL FARERO
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De: Siondra  (Mensaje original) Enviado: 06/06/2011 18:58
 
Soliloquio del Farero
 
El mundo de los faros y fareros es bipolar y no deja de tener cierta esquizofrenia. Por un lado parece una profesión romántica, siempre al lado del mar, con el viento y las olas como banda sonora, disfrutando del alejamiento del mundanal ruido y el caos de las ciudades, y con toda la mitología del ser solitario y autosuficiente.

La realidad es mucho más prosaica. Muchos fareros tienen poco tiempo para ver el mar, su aislamiento les exige muchas horas de dedicación y a veces se convierte en trampa mortal; en algunos casos la separación de sus familias durante bastante tiempo provoca no pocos problemas, por no hablar de las condiciones de las viviendas de muchos fareros, en precario estado.

Es una profesión que se extinguirá cuando se jubilen los últimos fareros; ya quedan pocos faros que no estén automatizados y hace bastantes años que no se convocan oposiciones a fareros en España.

Este sentimiento de pertenencia a una especie en extinción ha convertido a algunos fareros en seres huraños, mientras que otros se alegran tanto de una visita que parece que eres de la familia.

Algunos faros tienen carteles de Privado y Prohibido el paso por todas partes, un perro con malas pulgas, y detalles que claramente te indican que no eres bienvenido, como una pegatina en una de las ventanas que representa a un niño mirando por ella, caso del faro Candieira.

Evidentemente todo el mundo tiene derecho a la intimidad en su casa y puesto de trabajo, y por ello me parecen muy meritorios aquellos fareros que además de cumplir con su abnegada labor, hacen de anfitriones del forastero que se asoma a su puerta y empieza a hacerles preguntas que seguramente han oído cientos de veces.

A todos (y todas, que también hay unas cuantas mujeres) ellos les dedicó Luis Cernuda un precioso poema, que lo dice todo.

Soliloquio del Farero

Cómo llenarte, soledad,
sino contigo misma...
De niño, entre las pobres guaridas de la tierra,
quieto en ángulo oscuro,
buscaba en tí, encendida guirnalda,
mis auroras futuras y furtivos nocturnos,
y en tí los vislumbraba,
naturales y exactos, también libres y fieles,
a semejanza mía,
a semejanza tuya, eterna soledad.
Me perdí luego por la tierra injusta
como quien busca amigos o ignorados amantes;
diverso con el mundo,
fui luz serena y anhelo desbocado,
y en la lluvia sombría o en el sol evidente
quería una verdad que a ti te traicionase,
olvidando en mi afán
cómo las alas fugitivas su propia nube crean.
Y al velarse a mis ojos
con nubes sobre nubes de otoño desbordado
la luz de aquellos días en tí misma entrevistos,
te negué por bien poco;
por menudos amores ni ciertos ni fingidos,
por quietas amistades de sillón y de gesto,
por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma,
por los viejos placeres prohibidos
como los permitidos nauseabundos,
útiles solamente para el elegante salón susurrado,
en bocas de mentira y palabras de hielo.
Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona
que yo fui,
que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones;
por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos,
limpios de otro deseo,
el sol, mi dios, la noche rumorosa,
la lluvia, intimidad de siempre,
el bosque y su alentar pagano,
el mar, el mar como su nombre hermoso;
y sobre todo ellos,
cuerpo oscuro y esbelto,
te encuentro a ti, tú, soledad tan mía,
y tú me das fuerza y debilidad
como el ave cansada los brazos de la piedra.
Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,
oigo sus oscuras imprecaciones,
contemplo sus blancas caricias;
y ergido desde cuna vigilante
soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres,
por quienes vivo, aun cuando no los vea;
y así, lejos de ellos,
ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres,
roncas y violentas como el mar, mi morada,
puras ante la espera de una revolución ardiente
o rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo
cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista.
Tú, verdad solitaria,
transparente pasión, mi soledad de siempre,
eres inmenso abrazo;
el sol, el mar,
la oscuridad, la estepa,
el hombre y su deseo,
la airada muchedumbre,
¿qué son sino tú misma?
Por ti, mi soledad, los busqué un día;
en ti, mi soledad, los amo ahora.


Autor: Luis Cernuda


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