Cristián Warnken
Jueves 15 de Septiembre de 2011
Adónde buscarlos
¿Adónde buscar a nuestros muertos? ¿Al fondo del mar o al fondo de la tierra? ¿Tal vez en el cielo, como lo hacen los niños cuando quieren saber adónde están los que no están? Podremos bucear hasta lo más profundo del mar o de la tierra o rastrear el cielo entero, pero allí ya no los encontraremos. Entonces, ¿dónde están?
Hay un momento en que las búsquedas se abandonan, hay un momento de no retorno, como cuando el piloto pierde contacto con la torre de control. El realismo, el sentido común nos dicen que no se puede buscar siempre, que hay un límite para toda búsqueda.
Es cierto que hay una búsqueda que puede darse por terminada. Pero hay otra que recién comienza cuando la primera ha concluido, y es la búsqueda más importante del hombre: la de nuestros muertos al fondo de nosotros mismos.
No hay aventura más difícil, más ardua, más llena de escollos, pero es la más hermosa, la más profunda de todas las expediciones. ¿Cuándo los encontraremos, cuándo podremos abrazarlos al fondo de nosotros mismos, cuándo podremos verlos otra vez?
"Pronto". Esa promesa no nos las puede hacer nadie sino nosotros mismos. Nosotros somos los que pronunciamos esa promesa, y la decimos cerrando los ojos. No hay palabra más misteriosa, más extraña, más dolorosa que esa: "Pronto". El que se asoma un instante a esa palabra, se asoma a un abismo sin fondo. Y grita un nombre, el nombre del ser querido, y escucha sólo el eco de su mismo grito. Y luego el silencio, el silencio de las aguas interiores.
Sobre ellas tenemos que avanzar ahora, con la disciplina del navegante a vela, con la intrepidez del halcón peregrino, en medio de la bruma, con vientos en contra. Se trata de volar hacia adentro, se trata de bucear al fondo de nuestro ser para encontrar de verdad a los que partieron.
Pero, ¿conocemos bien nuestros propios mares? ¿No corremos acaso entonces el riesgo de perdernos adentro de nuestra propia alma? Sí, muchos se han perdido ahí. Hay quienes prefirieron no partir, no iniciar un viaje así, tan a la intemperie. Otros no regresaron nunca de su propia tierra ignota. Pero quien busca a sus muertos, quien ha hecho la promesa de regresar con ellos, ya en esa misma promesa ha cruzado una frontera y ya ha llegado lejos.
Ellos tomaron un avión una mañana que parecía igual a tantas mañanas. Ellos se fotografiaron, rieron, ellos miraron la tierra desde arriba, y algún pensamiento o sensación íntima quedó guardada con ellos para siempre. Ahora somos nosotros los que debemos embarcarnos. Con nuestras lágrimas, con nuestros miedos, con nuestra falta de fe. El viaje de ellos duró sólo un par de horas. El nuestro no tiene tiempo, no sabemos adónde, cuándo, cómo llegaremos. Lo único que tenemos, la única brújula, el único salvavidas es la palabra "pronto".
No dejemos de pronunciarla mientras comenzamos el descenso al fondo de nosotros mismos para buscar a nuestros muertos. Ellos iban a una isla marcada en el mapa en medio del mar. Nosotros no tenemos mapa, ni isla ni mar. Sólo el viento, el viento que sopla desde sus ausencias hacia nuestra presencia herida.
¡Ay, viajero que inicias este viaje en busca de tus muertos, no te alejes de tu propia quilla, pero libera las amarras, deja que tu precaria nave te lleve adonde no sabes! Entra donde no sabes. Ése es tu único norte ahora: el no saber y el amor.
Porque lo que de verdad amas no te ha sido arrebatado. Tus muertos están perdidos al fondo de ti mismo, esperándote, como náufragos en una isla muy lejana. Ellos ya escucharon la palabra "pronto". Ellos saben que volverás.
¿Los encontrarás iguales a como los dejaste? ¿Intactos, con la misma sonrisa que te hizo amarlos? No preguntes eso. Tal vez los encontrarás convertidos en estrellas, tal vez en silencio o en canción. Ellos te sorprenderán. Al encontrarlos, descubrirás de ti mismo cosas que no sabías antes. Ellos te enseñarán que morir no es partir, sino regresar.