LA COMPASIÓN DE SÍ MISMO
En una isla del Canal de la Mancha hay un peñasco bastante alto en donde Víctor Hugo, enfermo y desterrado de su querida Francia, subía todas las tardes a contemplar la puesta del sol. Luego, al salir de su ensimismamiento, se levantaba y buscaba una piedra, a veces pequeña, a veces grande, la cogía y con una sonrisa de satisfacción, la arrojaba al mar. Un grupo de niños que solían jugar por ahí, siempre se preguntaban por qué aquel señor hacía eso todas las tardes. En eso, una niña se animó a preguntar: -Monsieur, ¿por qué viene usted aquí a tirar piedras? Después de unos segundos de silencio, el gran escritor sonrió y repuso: "No son piedras, hija mía. Es la compasión de mí mismo lo que tiro al mar". Este acto simbólico encierra una gran enseñanza. Quejarse y lamentarse de uno mismo son sentimientos egoístas que nos generan dudas y temores, los dos grandes enemigos del progreso humano. Para vencer en la vida debemos elevar el pensamiento más allá de nuestra propia persona; saber que en cualquier empeño, la medida del éxito dependerá de la generosidad y la alteza de nuestro propósito. Y si aún así nos vemos en peligro de desfallecer bajo el peso de circunstancias adversas, recordemos al gran Víctor Hugo en aquel peñasco. Inspirémonos en su ejemplo, reunamos nuestras pesadumbres, imaginemos que han formado una sola piedra... ¡y lancémosla lejos de nosotros! ¡Nuestro renovado espíritu, nos lo agradecerá!
A. J. Cronin
|