Cuando en mi consulta recibo una persona afectada de fibromialgia empezamos por tratar el dolor que la misma enfermedad causa sobre el paciente.
Un duelo es consecuencia de una pérdida. Ya sea de la salud, actividades, trabajo, relaciones personales o expectativas. Una pérdida conlleva un sentimiento de tristeza y es vital elaborarla para evitar que derive en depresión. Es este un punto clave en el tratamiento.
Se trata de guiar a la persona, siguiendo un proceso determinado, para que afronte y elabore este duelo. El paciente debe aceptar la pérdida y no anclarse en un lamento, sino tener una visión realista y optimista. Al final de este proceso logrará adaptarse a un estilo de vida con mayor bienestar.
Otro afecto que se debe trabajar es el sentimiento de rabia a causa de las secuelas que provoca la fibromialgia. Es vital que pueda explayarse. Pero a menudo, según la personalidad del paciente, no es fácil que este sentimiento aflore. En estos casos el terapeuta debe monitorizar para que sea experimentado sanamente, y tener en cuenta que para evitar afrontar algo que le resulta doloroso la persona puede adoptar ciertas actitudes a modo de “tapadera”.
Ejemplos de estas pueden ser: una huida hacia adelante (intentar cargar con más responsabilidad o actividad), una negación de la enfermedad (hacerse el fuerte), desplazar la frustración hacia otros campos o personas, aislarse en el sentirse incomprendido, anclarse inconscientemente en una depresión. Existe el miedo, no consciente, que si se asume la enfermedad y actúa en consecuencia aumenten las pérdidas.
En resumen, si no se afrontan estos sentimientos (entre otros) la consecuencia será acumular más ansiedad, más tensión y por ello más dolor y no adaptarse a los tratamientos y hábitos necesarios para mejorar.
Una vez la persona ya esté tan íntimamente cercana a sus sentimientos, se debe abordar la pregunta crucial: ¿Cómo está actuando el paciente que, consciente o no, colabora negativamente a no tener más calidad de vida? Se trata de indagar qué tipo de pensamientos, qué actitudes, qué conductas no adecuadas realiza, para así conseguir cambiarlas. También hemos de definir su personalidad, analizando las relaciones del paciente con las personas de su entorno y verificar si existen conflictos anteriores que sean causa de ansiedad. A partir de aquí se genera un cambio en el interior de la persona que le permite adaptarse a su vida actual. El terapeuta debe acompañarlo en este cambio.
Me gusta ver a las personas cuando después de este trabajo profundo y emotivo, respiran profundamente, como si se sacaran un peso y expresan algo como: “Bueno, es lo que hay, voy a aprender a afrontar las situaciones conflictivas para a estar mejor y disfrutar de lo que tengo “. Esta actitud me sigue mostrando cada día el poder de experimentar emociones.
Finalmente quiero agradecer a los pacientes todo lo que aprendo con sus casos particulares.
Pilar Benet Ollé
Psicóloga (Tarragona)