Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.
Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo;
la tierra tembló, las rocas se rajaron,
las tumbas se abrieron
y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Mt. 15, 37
Cuando la Iglesia, durante la semana santa, nos lee el relato de la pasión lo interrumpe en este lugar para adorar en silencio. Como ella, prosternémomnos; adoremos a ese crucificado que acaba de entregar su último suspiro; es verdaderamente el hijo de Dios: Deus verus de Deo vero. – Tomemos parte, especialmente, el Viernes santo, en la adoración solemne de la Cruz que debe, en el espíritu de la Iglesia, reparar los ultrajes sin número cuya divina víctima fue abatido por sus enemigos en el Gólgota. Durante esta emocionante ceremonia, la Iglesia pone sobre los labios del Salvador inocente emocionantes apóstrofes; se aplican completamente al pueblo deicida; podemos escucharlos en un sentido absolutamente espiritual: harán nacer en nuestra alma vivos sentimientos de conpunción: “Oh mi pueblo, qué te hice y en qué te he contristado?
Respóndeme. ¿Qué he debido por ti que no haya hecho? Te planté como la más bellas de mis viñas, y no tienes por mí más que excesiva amargura; porque en mi sed, me diste vinagre a beber, y traspasaste con la lanza el costado de tu Salvador… golpeé, por causa tuya, a Egipto con sus primogénitos, y me tú me has flagelado… Para sacarte de Egipto, sumergí al Faraón en el mar Rojo, y tú me entregaste a los príncipes de los sacerdotes… Te abrí un pasaje en medio de las olas, y tú me abrioste el costado con la lanza… Marché delante de ti como una columna luminosa, y tú, me condujiste al pretorio de Pilatos… Te nutrí con el maná del desierto, y tú me mataste a bofetadas y golpes… Te di un cetro real, y tú pusiste sobre mi cabeza una corona de espinas… Te elevé sobre las naciones desplegando inmenso poder, “¡y tú me clavaste al patíbulo de la cruz”!
Antes que a reflexionar, hoy se nos invita a contemplar. A adorar y dar gracias porque alguien se ha decidido a amar totalmente. A adorar y dar gracias porque Dios ha querido asumir la historia humana totalmente para convertirla en historia divina, en historia de salvación.
Dejemos tocar nuestros corazones por estas quejas de un Dios sufriente por los hombres; unámonos a esta obediencia plena de amor que lo condujo a la inmolación de la cruz: Factus obediens usque ad mortem, mortem, autem crucis. Digámosle: “Oh divino Salvador, que has sufrido por nuestro amor, prometemos hacer lo imposible por no pecar; has mediante tu gracia Oh maestro adorable, que muramos a todo lo que es pecado, inclinación al pecado, a la criatura, que no vivamos sino por ti” Porque “el amor que Cristo nos mostró muriendo por nosotros, dice San Pablo, nos exhorta para que aquellos que viven no vivan más para ellos mismos sino para Aquél que murió por ellos”: Ut et qui vivunt, jam non sibi vivant, sed ei qui pro ipsis mortuus est.
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