Hoy amanecí con ganas de reflexionar sobre la alegría. ¿Qué es? ¿Cómo conseguir que inunde nuestra vida? ¿Forma parte esencial del ser humano?
No sé si será una reacción positiva mía ante tanto pesimismo social, económico y político. Si es así, bienvenida sea, para que nos ayude a descubrir las causas que mermaron aquella alegría que iluminó nuestros primeros años de niñez.
La alegría es una emoción básica, nacemos con ella y nos ayuda a adaptarnos al medio. La Psicología admite la existencia de seis emociones básicas o primarias: miedo, sorpresa, aversión, ira, tristeza y alegría. Cada una de ellas cumple una función. El miedo nos protege de los peligros, la sorpresa orienta nuestra conducta ante la situación, la aversión nos ayuda a rechazar lo que nos puede dañar, la ira nos da energía para reaccionar, la tristeza nos ayuda a retomarnos interiormente y la alegría nos impulsa hacia la repetición de aquello que nos resultó agradable.
Bien, pero ¿qué es lo que nos hace estar tristes o nos impide ser alegres? Es más sencillo contestar si nos retrotraemos a la infancia. Siempre que nos sentíamos abandonados por nuestros padres, rechazados por nuestros compañeros o excluidos del grupo de amigos o del equipo de futbol, nos sentíamos tristes. Estas primeras heridas nos acompañan de mayores y, de forma inconsciente, generamos respuestas defensivas para no sentir nunca más aquellas emociones negativas.
Estas “reacciones defensivas” toman forma de orgullo, vanidad, egoísmo, aislamiento, envidia… y nos alejan de gozar de la vida con la inocencia de cuando éramos niños.
Cuanto más nos dominan nuestras insatisfacciones, carencias y miedos, más nos cuesta sentirnos alegres. Cuando pensamos en lo que somos y no nos gusta, o en lo que no tenemos o no hemos conseguido, nos invade la amargura. Cuando el miedo a perder lo que poseemos nos aprisiona, nos carcome la preocupación y la congoja. Por esto, si queremos recuperar la alegría de vivir deberíamos liberarnos de todos nuestros antiguos y actuales descontentos.
Vivir con alegría implica no culpar a los demás de nuestro malestar, ser conscientes de nuestras heridas y mirar como curarlas, dejar de forzar a los demás a que nos amen, perdonar de verdad y, sobre todo, permitir ser a cada cual lo que es o intenta ser, empezando por nosotros mismos.
AUTORA:CARMEN MENDOZA