A veces solemos pensar que las adversidades son
castigos divinos o insalvables obstáculos con los que la vida
nos tortura.
Es que somos propensos a compadecernos y en lugar de
revestirnos de renovados bríos, nos dejamos arrastrar
por los vientos existenciales.
Nos da pereza oponer resistencia,
para algunos es preferible seguir al rebaño aunque
se dirija al despeñadero, que intentar cambiar.
Nos falta combatividad e iniciativa...
siempre andamos diciendo cuán dura es la vida.
Si consideramos que la vida es dura, es preferible
que en lugar de quejarnos, nos preparemos para hacerle frente.
Siempre aspiramos a que sean los otros los que cambien primero.
Miramos la vida con lentes oscuros y por esa razón solo
vemos lo negativo y nos dejamos negativizar por el qué dirán.
Es hora de modificar nuestra actitud, de quitarnos
esos lentes oscuros y tirarlos a la basura, de restarle importancia a la opinión ajena.
Es tiempo de mirar la existencia con los ojos del corazón,
si lo logramos, veremos lo magnífica que es la vida,
que todo puede ser posible si en realidad nos lo proponemos,
que no existe el no puedo, sino tal vez el no quiero.
Veremos que las adversidades son solo oportunidades
para cultivar, desarrollar y aprovechar nuestros recursos internos.
El crecimiento consiste en enriquecernos espiritualmente,
en ampliar los aposentos anímicos, en abrirnos al infinito,
en llenarnos de la energía necesaria para alcanzar la plenitud.
Para crecer es preciso equilibrarnos, si carecemos
del suficiente alimento nos atrofiaremos;
si contamos con abundante alimento nos hipertrofiaremos,
en ambos casos, nuestro organismo colapsa
y por tal motivo nos estancaremos.
Dicen, que ni tan cerca que queme al santo, ni tan lejos que no lo alumbre.
Pon una sonrisa en tus labios, una sonrisa cálida y
honesta porque ella es una clara manifestación de
salud mental, emocional y espiritual.
Y la salud siempre indica armonía, balance, equilibrio.
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