Las odas de Pablo Neruda expresan la belleza de las cosas humildes, de los seres corrientes, de los objetos gastados por el uso, algunos tan amados. La humilde cebolla, ese manjar, que junto con el pan es el futuro alimento de jóvenes amantes que no tienen otra cosa que su amor, esa delicia de la cocina popular o de la más sofisticada, es cantada por Neruda en su "Oda a la cebolla". Cuando el año pasado fui al Museo del Prado a ver la exposición dedicada a Renoir, me encantaron los bodegones, pero muy especialmente "Cebollas".
Tanto el poema como el cuadro me enseñaron a ver las cebollas con otros ojos. Antes eran simplemente ingredientes de una ensalada o de la preparación de cualquier plato. No tenían para mí otra entidad. Desde que contemplé la pintura de Renoir en vivo y en directo, aprecio y valoro las cebollas por su belleza: su delicado color, la crujiente ligereza de sus capas, su suave brillo... La oda de Neruda, por su parte, es una auténtica explosión de bellas metáforas en torno a la cebolla:
Cebolla
luminosa redoma,
pétalo a pétalo
se formó tu hermosura,
escamas de cristal te acrecentaron
y en el secreto de la tierra oscura
se redondeó tu vientre de rocío.
Bajo la tierra
fue el milagro
y cuando apareció
tu torpe tallo verde,
y nacieron
tus hojas como espadas en el huerto,
la tierra acumuló su poderío
mostrando tu desnuda transparencia,
y como en Afrodita el mar remoto
duplicó la magnolia
levantando sus senos,
la tierra
así te hizo,
cebolla,
clara como un planeta,
y destinada
a relucir,
constelación constante,
redonda rosa de agua,
sobre
la mesa
de las pobres gentes.
Generosa
deshaces
tu globo de frescura
en la consumación
ferviente de la olla,
y el jirón de cristal
al calor encendido del aceite
se transforma en rizada pluma de oro.
También recordaré cómo fecunda
tu influencia el amor de la ensalada
y parece que el cielo contribuye
dándote fina forma de granizo
a celebrar tu claridad picada
sobre los hemisferios de un tomate.
Pero al alcance
de las manos del pueblo,
regada con aceite,
espolvoreada
con un poco de sal,
matas el hambre
del jornalero en el duro camino.
Estrella de los pobres,
hada madrina
envuelta en delicado
papel, sales del suelo,
eterna, intacta, pura
como semilla de astro,
y al cortarte
el cuchillo en la cocina
sube la única lágrima
sin pena.
Nos hiciste llorar sin afligirnos.
Yo cuanto existe celebré, cebolla,
pero para mí eres
más hermosa que un ave
de plumas cegadoras,
eres para mis ojos
globo celeste, copa de platino,
baile inmóvil
de anémona nevada
y vive la fragancia de la tierra
en tu naturaleza cristalina.