Robé tu mente al pronunciar tu nombre, qué posesión mi júbilo proclama; no hay propiedad mayor, ni aún cuando el hombre se apropia de la piel sobre la cama.
La voz que hoy me llegó vive tu vida, en esa voz te arropas cuando me hablas, ella eres tú, flotando en el aliento que se desborda en tonos y palabras. Ajena a la estridencia del gentío, leve, aterciopelada, caricia en el oído, tan etérea, como si un dedo me tocara el alma. Más que voz es susurro, brisa que se columpia entre las ramas. Posee intimidad de noche oscura, afable placidez de luna clara. Te escucharía al decrecer las luces de las tardes de otoño bronceadas; te escucharía sin interrumpirte hasta nacer la aurora sonrosada; te escucharía, la mirada fija en tus ojos de sombra, que descargan nuevas voces, a la otra paralelas, no por mudas con menos resonancia. Tú eres tu voz, que roza mis mejillas, que estremece mi espalda, que me penetra suave, lentamente, como en el surco profundiza el agua. Háblame, que te escucho, que tengo más de ti en cada palabra.