No sé por qué tus labios me despiertan besos lejanos que jamás me diste; no saben desterrarlos, o no aciertan a dejarlos dormir. Cuando viniste, rozándome la carne, de puntillas, nadie te vio, nadie escuchó tu paso, sino un temblor ligero en mis rodillas, trémulo de enfrentarme a otro fracaso. Cuántas veces idéntico sendero nos conduce a dispares objetivos, y en el nuevo, no vemos que el primero aún nos mantiene en su poder cautivos. Y no sirve pensar que lo pasado pasado está, que nunca ha de volver; ayer, más que un diseño ya borrado, es espectro que vuelve a aparecer. Y así fluye la vida, una amalgama de incidentes que fueron, y que son, que no se desvanecen; una trama de dolores, de olvidos, de ilusión; como rosa que cada primavera asiduamente en el rosal florece, nube inquieta, incesante viajera, o estrella que a la aurora palidece. Quizá tus besos son evocadores de nube transeúnte, antigua rosa, o estrella cuyos últimos fulgores se extinguieron, y duerme silenciosa. Hay tanto nuevo en cada beso, hay tanto que arrastramos de antiguo, tanta vida, tanto de gozo, soledad y llanto, tanto de acogedor y despedida, que un beso no es un beso solo, aislado, es una larga historia enmarañada aflorando a un presente arrebatado, que abraza todo, y que no olvida nada