¿Cómo nos levantáis por las mañanas? ¿Perezosamente, obligados por la tienda, la oficina, el trabajo rutinario, que reclaman nuestra atención? O ¿con júbilo, porque vemos en perspectiva algo agradable: una excursión, un partido, un obsequio, una ganancia especial o la visita de una persona que nos agrada?
¿saludamos el alba alguna vez, dichosos, pensando en las ocasiones que durante el día vamos a tener para dedicarlas a los demás? ¿Disminuir penas, compartir alegrías, ayudar con todos los medios de que disponéis? No sólo con lo que tenémos, sino con todo lo que somos.
Así es como debemos levantarán todos , llenos de la más pura alegría que da el olvido de sí mismo. Si nuestros móviles son otros, son mezquinos.
Examinemos con cuidado el móvil de cada uno de nuestros actos. Pesemos en una balanza todo nuestro egoísmo, todo lo que hacemos para agradar y exaltar a nuestra personalidad. Y pesemos con toda precisión nuestro amor, todo lo que hacemos por otros con absoluto desinterés. Comparemos ambos resultados.
Y decidamos luego si todavía podemos censurar.
Desechemos el egoísmo.
Investigar, pensar, conocer, desarrollar nuestros poderes latentes. No hay expresión de la vida demasiado insignificante: nada hay demasiado grande para nuestra comprensión. N o hay secreto en el universo que no hayámos de conocer.
Sobrepongamosnos a vuestra pequeñez. Arrojemos las cadenas que limitan la expresión d nuestro Yo, de nuestras costumbres frívolas y deberes imaginarios, la insensata persistencia en nuestra rutina, el temor de diferir de nuestros circunstantes, el miedo a todo.
Todo lo que pertenece al yo debe irse. Pongamosnos a trabajar y no nos impacientemos. Aun el mayor idiota se convertirá en un instrumento en las manos del gran Arquitecto, que, al fin, manifestará la gloria de Su Ser a través de todas sus criaturas.
D/A