Se cuenta que había un monje que era ejemplo de ascetismo y correción. Un buen día, o mejor un mal día, lo acusaron de haber embarazado a una doncella; la propia joven lo hizo para salvar de la ira de su padre al verdadero responsable. Se levantaron todo tipo de calumnias e improperios, y para estigmatizarlo más aún, le obligaron a tener que criar a la criatura. Años después cuando se supo la verdad, el arrepentimiento fue general y no encontraban la forma de desagraviar al monje en quien ahora veían un santo. El monje les dijo con toda humildad: "Estaba seguro de no ser ninguno de los dos personajes que me atribuyeron, ni para bien ni para mal, así que nunca llegó a perturbarse mi tranquilidad".
Lo que el otro ve en ti es simplemente lo que el otro quiere ver. Nunca caigas en la desaprensión de dejarte definir ni por tus amigos ni por tus enemigos, de otra manera tendrás una visión distorsionada de lo que realmente eres. Si es tu enemigo quién se refiere a ti lo hará aludiendo a todos tus defectos y conductas negativas; sí en cambio, es tu amigo el que lo hace, sólo destacará tus virtudes y actuaciones positivas; y si es alguien que no entra en ninguna de las clasificaciones quién de ti se pronuncia, estará aún más perdido porque desconocerá tanto lo positivo como lo negativo porque nunca fuiste objeto de su interés.