Y un niño se le acercó junto con otros niños,
y jalándole de la túnica le decía:
Maestro: ¿por qué no nos hablas hoy,
como otros días y nos cuentas cosas?,
porque solo tú te detienes y nos oyes,
y tan sólo tú miras como miran nuestras madres.
Y Quetzacóatl se sentó con ellos y así les hablaba:
¿Ven los pajarillos cómo se sientan
también para escucharnos?
¿No notan como las hojas de los árboles
se inclinan para darnos mas sombra?
¿Sienten como la Naturaleza los cobija entre sus manos
y los protege en su pecho?
Y un niño se levantó y dijo:
Maestro, ¿sabes?, yo veo a un amigo que siempre va conmigo, y que cuando nadie me oye, él me oye,
y que cuando nadie me ve, él me ve.
Muchas veces le hablo, pero los mayores
dicen que es mi cabeza
que tiene alas de fantasía y se ríen de mí y de él.
Dime,
¿tú también te reirías?
Y El le respondió:
De verdad te digo que cuando la inocencia llena la vida
es cuando únicamente no se está solo.
Aquellos que se ríen de ti hace ya mucho
que mataron a su amigo y su compañía,
y se sumergieron en la apariencia de creer
que están rodeados de amigos y compañías. Ellos
ríen en ti aquello que mataron,
y desean inconscientemente que tú también lo mates.
Y después, mirándolos a todos, les dijo:
No dejen nunca de guardar a su amigo en el corazón.
El es el único que conservará su infancia.
Y de verdad les digo que aquel de ustedes que logre
seguir siendo un niño a través de todas las etapas que,
como zancadillas, les pone la vida,
se convertirá en Maestro de los
hombres para volverlos como niños.
DEL LIBRO: ASÍ HABLABA QUETZACÓATL