En sus miradas, hay inmersas miles de batallas, algunas de fuertes oleajes, otras de vientos en calma.
Sus pupilas, son los tesoros de toda una vida, que aguardan los secretos de sus caminos, de sus andanzas y sus destinos.
Y sus pestañas, tan sólidas, pero a la vez tan sensibles, cuentan que en ocasiones, han soportado el peso de cascadas de lágrimas y la viveza de los rayos del sol.
Lo cierto es, que cuando te miran, te dejan paso a su sentir, como si un puente invisible nos conectara hacia ellos; a veces, con corazas y murallas, que se derrumban con las armas del cariño y la ternura; a veces, con las puertas de par en par abiertas, para que con un beso o un abrazo les des la bienvenida.
Sus bocas, acalladas por los años, no tienen premura por hablar y cuando lo hacen, la sabiduría reviste sus palabras. Aunque tan solo tomemos de paso, sus consejos.
Si los escuchamos, aprendemos tanto… nos dan lecciones de vida, descubriéndonos sus matices.
Son sus arrugas, esos pliegues conformados por la experiencia de los sentimientos, la fuerza de los hechos y las huellas de las heridas y los éxitos, las que han crecido a lo largo de los años como una marca que los caracteriza.
Arrugas, llenas de esfuerzos; arrugas, repletas de sentimientos; arrugas forjadas como cadenas que mantuvieron el peso del sufrimiento; arrugas, rebosantes de amor, rebosantes de vida…
Sus pieles han soportado las heridas más profundas que podamos imaginar. Algunas han sanado por completo, pero otras han quedado fijadas a través de cicatrices, que si tocamos, pueden ocasionar una tempestad de emociones.
En su espalda, se divisa el peso de las pérdidas de aquellos con los que estrecharon lazos de acero inolvidables, que ni tan siquiera la distancia, física o psicológica, los hace olvidar; recordándolos a través de la sensación que aflora en su piel y sale directamente de su corazón.
Y son sus manos, los cimientos y las herramientas de sus vidas, junto a sus pies, la clave de sus rastros, los que conforman el sostén de su camino.
Un camino, sinuoso, serpenteante, inestable, advertido de peligros y obstáculos, que han sorteado con la fuerza de su semblante.
Un camino, también de flores, aire fresco y dulzura, que han disfrutado a cada instante que han podido, con la sensibilidad de su mirada.
Y aun así, a veces lo olvidamos. Los olvidamos…
Son los héroes de nuestro pasado y de su presente, que nos hacen reflexionar que todo es posible, si así lo deseamos. Que la vida deja marcas en la piel, pero también en el alma, cálidas y frías, que con su contraste hacen sentir la vida.
La voz de la experiencia que se mece entre el silencio y la protesta, corazones valientes que ahí siguen a pesar, de las tormentas… Llenos de aprendizajes, libros de sabiduría…
Que, ¿quiénes son?
Las personas mayores, el otoño de la vida… Su mirada y sus arrugas los delatan…
Aquellos que en su día, te dieron la mano, cuidaron tus traspiés y te enseñaron que las semillas cuando se plantan hay que regarlas para que con el paso del tiempo, den sus frutos…
Ahí están, a tu lado o en la distancia. Esperando a que los ames y sonrías.
Cuando los veas, escúchalos, sus palabras pueden ser el resorte de tus sueños…
Cuando los veas, compréndelos, aún en el silencio, porque su silencio está lleno de sentido…
Cuando los veas, abrázalos, porque un abrazo, sincero y sentido, al fin y al cabo, es una caricia a su alma…
Y recuerda, algún día, tú también serás un héroe de tu presente y del pasado de los que vengan…
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