Montarme en un globo puede ofrecerme una perspectiva más elevada; del mismo modo, yo puedo llevar mi mente y mi corazón a un lugar elevado del ser. Sencillamente con imaginar que soy llevado a una altitud más resplandeciente, más llena de luz, logro una nueva visión de mi vida.
Cuando los acontecimientos externos me inquietan, hago una evaluación mental. Al cerrar los ojos y alinearme con la Presencia moradora, comienzo a sentir un cambio en mi conciencia. Mi corazón se expande y todo mi ser se llena de la luz de Dios. Los aparentes problemas se disipan a medida que una nueva energía y vibración disuelven cualquier punto de vista antiguo y no deseado. Elevo mi perspectiva al mirar la vida con nuevos ojos.
Los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos están atentos a sus oraciones.—1 Pedro 3:12
Jesús nos dijo que el reino de Dios está en nosotros. Esa comprensión desarrolló su naturaleza crística, y él vivió tan cerca de esa Verdad que se convirtió en su expresión perfecta. El término Cristo se refiere a la idea del ser humano en la mente de Dios. Es un concepto más que una persona.
Cuando Jesús sanaba a la gente, él invocaba su naturaleza divina —su naturaleza crística. La gente dejaba de identificarse con su enfermedad y despertaba a su Verdad: que su naturaleza verdadera era Dios. Aunque pueda experimentar dolor o enfermedad, sé que he sido creado de la sustancia divina. Invoco mi naturaleza crística con fe en que seré guiado por el camino correcto y perfecto hacia la curación.
Pero Jesús se volvió a mirarla y le dijo: “Ten ánimo, hija; tu fe te ha salvado”. Y a partir de ese momento la mujer quedó sana.—Mateo 9:22
Dejo ir y dejo que Dios sea Dios en mi vida y en las vidas de mis seres queridos.
Observar a un hijo montarse en el autobús escolar, empezar una nueva carrera o comenzar su propia familia hace que los padres aprendan a dejar ir. Los padres se sienten orgullosos por cada paso en el crecimiento de sus hijos hacia la independencia, sin embargo, puede que encuentren difícil dejar ir el control.
Bien sea hijo, padre o madre, cónyuge o amigo, cada uno tiene su camino que seguir, y confío en Dios para que los guíe en el sendero que han de tomar. Asido a mi fe en Dios, dejo ir la necesidad de estar en control. Confío en que Dios les muestra —y me muestra a mí— una visión mucho mayor a la que yo pudiera imaginar. Al dejar ir y dejar a Dios actuar, permito que mis seres queridos alcancen su potencial.
¡Soy como un verde olivo en la casa de Dios, y en su misericordia confío ahora y siempre!—Salmo 52:8