Desde el momento en que me levanto, dirijo mis pensamientos a la canción de mi alma. “Esa luz en mí, voy a hacerla resplandecer”. Esta Verdad me inspira. Comienzo mi día con gratitud por estar vivo y por la oportunidad de irradiar mi luz interna.
He heredado dones espirituales de creatividad, sabiduría, amor y gracia. La gratitud se convierte en gozo por las posibilidades infinitas que tengo para compartir mis regalos dados por Dios. Mi canto gozoso aumenta de un suave susurro a una poderosa aria operística.
Comenzar el día con esta melodía interna me inspira a tomar acción acerca de mis sueños. El gozo que canta en mí alinea mi corazón con mi espíritu interno.
Habitantes de toda la tierra, ¡aclamen a Dios con alegría! ¡Canten salmos a la gloria de su nombre! ¡Cántenle gloriosas alabanzas!—Salmo 66:1-2
Cualquier búsqueda de consuelo o seguridad me guía a mi naturaleza divina. Encuentro el consuelo que busco al saber que yo soy parte de Todo lo que es.
Pronto, experimento mi vínculo con la vida y con el amor eternos. Esa unidad siempre está allí, pero a veces puede que yo necesite un pequeño recordatorio. Cuando esto sucede, me aparto de las circunstancias externas y me retiro al Silencio. Afirmo: Todo está bien porque todo es Dios.
La calma me llena. Dios en mí es vida y paz. Las situaciones externas puede que todavía permanezcan, pero algo ha cambiado: mi percepción. Veo más allá de las apariencias gracias al lente de la Verdad y de la fe. ¡Encuentro gran consuelo al saber que todo es Dios!
Muéstrame tu misericordia, y ven a consolarme, pues ésa fue tu promesa.—Salmo 119:76